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Barriga y cartucheras
¿Por qué los hombres tienen barriga y las mujeres cartucheras?
Los excesos de energía no se almacenan uniformemente en nuestro cuerpo. Factores que no dependen de nosotros, como las hormonas, provocan que la silueta de cada individuo sea única
La primera diferencia está en el sexo del individuo.
Ciertas tendencias en dieta y ejercicio bastante poco fundamentadas han generado en el imaginario colectivo la idea de que nuestro cuerpo es un herramienta que, con esfuerzo y dedicación, puede ser moldeada a nuestro antojo. ¿Es eso cierto?
Por muchas soluciones milagrosas que nos vendan, la realidad demuestra que el físico de cada persona se encuentra en muchos aspectos limitado, siendo uno de los condicionantes más evidentes la diferente manera que cada individuo tiene de almacenar los excesos de energía que nuestro organismo transforma en grasa. El papel, sin duda, más importante a la hora de definir nuestra forma corporal lo cumplen nuestras hormonas, principales encargadas de depositar los lípidos en zonas específicas.
La grasa de caderas y muslos, propia de las mujeres, es más saludable que la que se da en los hombres alrededor de la cintura
El primer filtro resulta evidente ya que hombres y mujeres no acumulamos grasa de la misma forma. Son pues las hormonas sexuales, los andrógenos y estrógenos, los responsables que más influyen en esa diferencia, que se empieza a notar sobre todo a partir de la pubertad.
Razones de peso
Si existe un sexo débil por lo que a acumulación de lípidos se refiere, ese es probablemente el masculino.
De manera general, podemos diferenciar entre dos tipos de grasas: la subcutánea (localizada debajo de la piel) y la visceral (que rodea los órganos internos, principalmente los del aparato digestivo). Pamela Chávez Díaz, doctora especializada en endocrinología, nos cuenta cómo, por el efecto de los andrógenos, los hombres tienden a acumular grasa de ambos tipos sobre todo alrededor de la cintura, con un mayor porcentaje, en comparación con las mujeres, de grasa visceral: «una grasa ‘mala’ cuyo mayor depósito vuelve a los sujetos más propensos al desarrollo de enfermedades como la diabetes, la dislipemia o la hipertensión, aumentando así el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares».
Por el contrario, las mujeres tienden a localizar sus depósitos alrededor de las caderas, los muslos y los glúteos, áreas de grasa subcutánea que, según la especialista, «se han asociado a un mejor perfil lipídico, con una mayor presencia del así llamado colesterol bueno ‘HDL’, sobre el ‘malo, ‘LDL».
Por fortuna, la temida barriga de los hombres no tiene por qué deberse exclusivamente a grasa visceral. El abultamiento abdominal puede estar causado también por grasa subcutánea de características similares a la de muslos y caderas. Para dilucidar de cuál de las dos se trata, se recurre a tecnología médica como la bioimpedanciometría eléctrica o la absorciometría de energía dual de rayos X (DXA).
La reducción de grasa localizada a través de dieta o ejercicio es una creencia que no se encuentra fundamentada
Además del sexo, la edad se presenta como un importante condicionante para la distribución de lípidos en nuestro organismo. Aclara Chávez Díaz que «tras la menopausia, las mujeres se ven afectadas por un brusco descenso de estrógenos y su composición corporal adopta una distribución de grasa de tipo androide (predominantemente abdominal o central)». De la misma manera, «con la andropausia los hombres mejoran en este aspecto, descendiendo sus andrógenos a la vez que sus niveles de grasa visceral».
Andrógenos y estrógenos no son las únicas hormonas que entran en juego: la leptina, la insulina, el cortisol, la adiponectina o las catecolaminas también tienen un rol a la hora de reconducir la grasa. Esto se nota especialmente en enfermedades como el síndrome de Cushing, donde el exceso crónico de cortisol provoca en el afectado una obesidad facio-troncular (a nivel de cara y tronco) con rasgos que en argot médico se describen como “cara de luna llena y giba dorsal”, al tiempo que brazos y piernas permanecen particularmente delgados.
Por último, en igual grado de importancia, no hay que dejar de lado otros factores no modificables, como el origen étnico del individuo, y otros que sí pueden variar y que están relacionados con el estilo de vida como la dieta y la actividad física.
Remedios limitados
¿Es posible reducir la grasa de forma localizada? Son muchos los mitos que circulan a este respecto. Por el lado de la alimentación, rebajar el número de calorías totales entraña que la pérdida de lípidos se dé siempre de manera generalizada y homogénea y no en una zona concreta de nuestro cuerpo. El efecto de ciertos regímenes, poco aceptados dentro de la comunidad médica puede ser, de hecho, contraproducente. Varios estudios destacan, por ejemplo, cómo a pesar de la pérdida de peso que se consigue con las dietas cetogénicas, la grasa visceral se ve, sin embargo, incrementada.
Otro mito a desmentir es el de los ejercicios localizados: «Se trata de entrenamientos anaeróbicos con los que se gana masa muscular, pero que tienen una menor repercusión sobre la grasa corporal», explica Chávez Díaz. La manera de reducir lípidos pasa por la combinación de estos ejercicios con deportes aeróbicos (carrera a pie, ciclismo, natación, etc.) que, al igual que la dieta, conducen a una pérdida uniforme y no localizada.
Un tipo de ejercicio que no implica pérdida de grasa.
El empleo de los suplementos hormonales tampoco parece una buena idea. Asegura la doctora que «los derivados sintéticos de la testosterona aumentan la masa muscular, pero pueden cambiar a peor el perfil lipídico de la persona, aumentando el colesterol malo y reduciendo el bueno. Tienen además una serie de efectos adversos nada desdeñables, como el acné, la caída del cabello o posibles disfunciones hepáticas y renales. En el caso de las mujeres, estos productos pueden generar hirsutismo y cambios de voz, así como una acentuación de los caracteres sexuales masculinos». Gonzalo de Diego Ramos El Confidencial 07 Jun 2018
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