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Desconectar las señales de hambre y ansiedad
El tratamiento con GLP-1 puede desconectar las señales naturales de hambre y saciedad
Abogan por un análisis psicológico en la evaluación previa de los pacientes con obesidad y por mantener contacto a largo plazo con el enfermo para evitar la reganancia de peso.
Las sensaciones de hambre y de saciedad pueden alterarse con los tratamientos.
María R. Lagoa Diario Médico Actualizado Dom, 15/12/2024 – 08:00
Después de muchos años en los que los especialistas no contaban con ningún tratamiento farmacológico eficaz para la obesidad, no hay duda de que los agonistas del péptido similar al glucagón tipo 1 (GLP-1) han significado un hito en la lucha contra esta enfermedad. La investigación y la práctica clínica han dado buena cuenta de sus efectos secundarios físicos, como las náuseas, los vómitos y la diarrea. Sin embargo, la evidencia sobre los efectos psicológicos es escasa y contradictoria. De hecho, han sido objeto de análisis en el último congreso nacional de la Sociedad Española de Obesidad (SEEDO).
Tatiana Lacruz Gascón, doctora en Psicología Clínica y directora del máster en Trastornos de la Conducta Alimentaria y Obesidad de la Universidad Europea, demanda más investigación. La literatura médica no arroja suficiente luz. Existen estudios que concluyen que los nuevos fármacos tienen beneficios en la reducción de la sintomatología psicológica y de los atracones, mientras que de la revisión de otros trabajos no se infieren efectos positivos ni negativos. Pero Lacruz advierte de que la FDA ha reportado casos de síntomas depresivos y de acción suicida.
“No se está evaluando si la pérdida de peso se hace de manera saludable o patológica. Ingerir 400 calorías al día, porque la persona se siente saciada no es saludable”, asegura la experta, quien conmina a los profesionales sanitarios a reflexionar sobre cómo y cuándo prescribir los GLP-1, y unidos a qué otro tipo de terapias.
La ‘desconexión’ y otros potenciales riesgos
Tatiana Lacruz habla de riesgos para las personas con obesidad y para la sociedad en general. Entre los primeros, destaca precisamente la desconexión que se produce entre las señales de hambre y saciedad: “La desconexión sucede porque los fármacos favorecen la sensación de saciedad, por lo que ésta no se regula naturalmente”.
Otra contingencia que enfatiza la psicóloga es la de volver a poner el peso en el centro del tratamiento: “Seguimos estigmatizando el exceso de peso y esto puede ser un factor cooperante de trastornos de la conducta alimentaria”. Por ello, considera que el peso corporal no debe ser el único parámetro a tener en cuenta y que el tratamiento con estos fármacos debe ir acompañado de otras acciones necesarias, como una intervención nutricional, actividad física y una estrategia emocional.
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- Asimismo, la desigualdad económica que existe entre los pacientes con obesidad es una realidad que impide que algunos puedan hacer el desembolso económico necesario, lo que deriva en un aumento de la discriminación.
Los riesgos para la sociedad general señalados por Lacruz son que se puede reforzar la idea del control del cuerpo, lo que deriva en insatisfacción corporal y, de nuevo, en el aumento del estigma vinculado al peso: “Los mensajes asociados a que el peso y la forma del cuerpo son controlables favorecen la insatisfacción corporal, ya que dejamos de aceptar y normalizar el cuerpo que tenemos para tratar de conseguir un cuerpo perfecto”. Explica que sucede de manera parecida con la cirugía estética: “Si puedo modificar mi pecho, me planteo si mi pecho es suficientemente bueno. Si puedo controlar mi peso, me planteo si mi peso es adecuado”.
‘La salud no es cambiar de talla’
Un llamamiento similar hace Santos Solanos Nortes, doctor en Psicología Clínica y director de la Unidad de Obesidad y del Hospital de Día para Trastornos de la Conducta del Centro ITEM Madrid, al referirse a la prevención de la obesidad y la promoción de la salud socio-emocional en los adolescentes. Subraya que es necesario desvincular la salud de un tamaño específico del cuerpo: “La salud tiene que ir más allá del peso. Salud en todas las tallas. La salud no es cambiar de talla”.
Solanos alude a un estudio de la Unión Europea realizado entre 300 adolescentes para justificar su reflexión: “No hablan de problemas médicos, sino de presión emocional, insatisfacción corporal e imagen”. En su opinión, el camino es trabajar la autoestima, la aceptación del cuerpo y desarrollar una actitud crítica hacia el ideal del cuerpo perfecto: “Tenemos que ver la salud más allá de la forma del cuerpo. Trabajar la forma en la que nos relacionamos con la comida y concebir el ejercicio físico como la manera de que el cuerpo funcione bien, que no es solo para quemar calorías”.
Papel de la psicología en el tratamiento
Sobre el papel que la psicología debe tener en el tratamiento de la obesidad, Luis Carlos Álvarez García, psicólogo clínico del Complejo Hospitalario Universitario de Santiago y del Programa de Preparación de Cirugía Bariátrica, no tiene dudas: “Es eficaz. El equipo tiene que ser multidisciplinar. Deben estar los endocrinos, los nutricionistas y los psicólogos”.
El psicólogo expone que el modelo cognitivo conductual es el que consigue mejor respuesta, pero recuerda que la obesidad es una enfermedad crónica y que el principal problema es mantener los resultados del tratamiento, así que cree necesario mantener contacto a largo plazo con los pacientes: “Depende de los puntos débiles del paciente en cada momento, será uno u otro profesional el que asuma el protagonismo. Las nuevas tecnologías, incluso la inteligencia artificial, nos pueden ayudar”.
Tatiana Lacruz añade que, igualmente, el psicólogo debería estar en la evaluación previa al tratamiento, lo que ya se hace en la cirugía bariátrica. Es importante para identificar los factores conductuales o la presencia de otros trastornos: “El paciente puede tener, por ejemplo, un problema de impulsividad que interfiera en el tratamiento o un trastorno alimentario que haya que tratar antes que la obesidad”.
El psicólogo dentro del equipo se encarga de la motivación y de trabajar para que la adherencia al tratamiento sea buena, así de cómo se regula emocionalmente y cómo se relaciona con la comida y su cuerpo. Además, es valiosa su contribución con el resto de los profesionales sanitarios: “Trabajamos para reducir comportamientos negativos porque los profesionales de la salud tendemos a tener una mirada estigmatizada”.
Tratamiento de personas divergentes
Por otra parte, las personas divergentes precisan de un abordaje adaptado, lo que no es una cuestión baladí pues la obesidad tiene entre ellas una prevalencia muy alta: las personas con autismo tienen casi el doble de riesgo de desarrollar obesidad y más de un tercio de los pacientes tratados de obesidad padecen un trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH).
Esta doctora en Psicología Clínica señala que la comunicación que se establece con estos pacientes y las pautas de su tratamiento han de ser diferentes porque el funcionamiento de su cerebro también lo es: “No se trata de cambiarlo, sino de adaptarse. Un autista puede tener hipersensibilidad a sabores y texturas, así que hay que acomodar las dietas; una persona con TDHA tiene problemas de planificación, así que hay que dar pautas pequeñas, a corto plazo”.
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