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Dietantes crónicos: la trampa de la búsqueda incesante de la delgadez
Dietantes crónicos: la trampa de la búsqueda incesante de la delgadez
Las redes sociales amplifican el fenómeno de la obsesión por el “cuerpo perfecto”, lo que puede llevar a hábitos que afecten la salud física y mental
Por Azahara Nieto, publicado en El País el 07 SEPT 2024 – 05:22 CEST
Con la llegada de septiembre parece desatarse una paranoia colectiva por convertirnos en la “mejor versión de nosotros mismos”, un término que, dicho sea de paso, me resulta bastante sospechoso. Es la época en la que parece que toca empezar a meditar, aprender alemán, planificar las comidas de toda la semana, iniciar entrenamientos de fuerza, y, cómo no, perder peso.
La influencia de las redes sociales ha amplificado este fenómeno hasta tal punto que, quien decide continuar su vida como antes de las vacaciones, pero un poco más descansado, se convierte en la oveja negra del rebaño.
En el mundo de la nutrición emergen retos, planes détox, tablas de ejercicios para “quemar” los helados del verano y, como siempre, la última dieta de moda. Hay personas que pasan su vida saltando de una dieta a otra, impulsadas por el miedo a no saber comer correctamente si no siguen un plan dietético diseñado por alguien más. Esta dinámica los lleva a ciclos de restricción y excesos, acompañados de sentimientos de culpa y remordimiento.
A estas personas se las conoce como dietantes crónicos (DC), y suelen padecer lo que se denomina permarexia. Los dietantes crónicos son individuos que limitan constantemente su alimentación por el temor a ganar peso. Aunque la permarexia se menciona como un concepto clínico, no está reconocida oficialmente en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-V) ni clasificada como un trastorno de la conducta alimentaria (TCA) propiamente dicho.
Los dietantes crónicos tienden a acumular reliquias de cada dieta que han seguido a lo largo de su vida, lo que resulta en un batiburrillo de mitos, normas alimentarias, suplementos nutricionales, y modas dietéticas. Esto no hace más que aumentar su desconcierto y, finalmente, les deja sin saber qué comer.
Cuando adoptan una nueva dieta, lo hacen con el fervor de quien abraza una nueva religión, convencidos de que “esta vez sí funcionará”. Se preparan comprando todo lo necesario: libros, freidoras de aire, licuadoras para el détox, y moldes de silicona para hacer magdalenas de calabacín. Sin embargo, en un plazo que no suele superar los dos meses, se sienten fracasados, agotados y convencidos de que nunca lograrán su objetivo.
El ciclo continuo de dietas, las exigencias sobre su cuerpo, y la presión estética, daña profundamente su confianza, además de alterar las señales fisiológicas de hambre y saciedad, evitan cada vez más alimentos que dejan de comer, y si los comen, lo hacen en formato atracón, ya que de nuevo volverán a estar prohibidos. Estos periodos de restricción y sobre ingesta no solo provocan un aumento de peso y daños metabólicos, sino que también deterioran aún más su relación con la comida, predisponiéndolos al desarrollo de un TCA, desde una anorexia, bulimia o trastorno por atracón.
Las causas que originan el comportamiento de los dietantes crónicos o la permarexia son variadas. El primero es el culto a la delgadez, que se asocia con éxito y salud en nuestra cultura, y los cánones de belleza actuales, junto con los estereotipos, son el caldo de cultivo perfecto para fomentar conductas de este tipo. También la presión estética. La exigencia de ser joven y delgado ya no se limita a la publicidad y a ciertas revistas femeninas. Hoy, las redes sociales bombardean con miles de mensajes diarios que sugieren que tu cuerpo podría ser “mejor”, si así lo deseas.
La proyección de un solo tipo de cuerpo como ideal, junto con la negación de la diversidad corporal, ha exacerbado este problema. A pesar de que ahora existen más representaciones de diferentes tipos de cuerpo, cualquier cuerpo que no se ajuste a los estándares ideales está sujeto a críticas, a menudo bajo la excusa de evitar la “apología de la obesidad”.
El uso del IMC (Índice de Masa Corporal) como indicador principal de salud contribuye a que las restricciones alimentarias, el ejercicio excesivo y los ayunos sean justificados bajo el pretexto de cuidar la salud. Todo lo que se hace en nombre de la salud parece válido y es mucho más difícil de detectar. Por ejemplo, alguien podría decir “no como ese dulce porque no es sano”, pero detrás de esa declaración podría haber un miedo más profundo a perder el control que a las propiedades nutricionales del alimento.
Otra causa es la gordofobia estructural y sistémica y la propia gordofobia interiorizada, esa que no hace sentir miedo a no ser queridos, valorados positivamente sin nuestro cuerpo gana peso, en una sociedad donde el físico es una carta de presentación, y actualmente, parece que nos define moralmente.
Este fenómeno afecta en mayor medida a las mujeres, especialmente en la franja de edad comprendida entre los 18 y los 40 años, aunque puede extenderse a lo largo de toda la vida. Generalmente, se comienza a hacer dietas o a limitar el consumo de ciertos alimentos durante la adolescencia, y a partir de ahí se pueden encadenar dietas durante años. Tanto la adolescencia como el sexo femenino son factores de riesgo para desarrollar un TCA. ¿Casualidad? Lo dudo.
Es común que los dietantes crónicos tengan baja autoestima y basen su valoración personal en cómo los perciben los demás. Pero, sinceramente, ¿cómo se puede tener una buena autoestima si constantemente recibimos mensajes de que nuestro cuerpo está mal? Esto solo aumenta la insatisfacción corporal y la vergüenza hacia el propio cuerpo, lo que termina limitando la vida de quienes lo padecen.
La buena noticia es que se puede salir de este bucle perverso, pero hay que parar de hacer dietas restrictivas, ya sean autoimpuestas o pautas por un tercero. Es recomendable acudir a un nutricionista que no tenga un enfoque pesocentrista, que escuche tus necesidades y que haga una pauta totalmente adaptada a ti. Y hay que reunir el valor, para perder el miedo a la comida, pero es que, sin comida, no hay vida.
La importancia de la fibra dietética
Lo más recomendable es consumir una dieta rica en hortalizas y frutas, en la que se incluyan de forma complementaria los frutos secos y las semillas
Los españoles ingieren alrededor de 13 gramos al día de fibra
- Anxo Carreira, publicado en La Razón el 06.09.2024 03:04
Es cierto que cuando se habla de alimentación se ha escrito largo y tendido sobre las grasas, sobre su efecto en las enfermedades cardiovasculares y la acumulación de colesterol en las arterias. También se ha hablado de los hidratos de carbono a los cuales en la actualidad se les culpa de casi todo, muchas veces sin diferenciar entre ellos; entre los refinados y los no refinados, entre los monosacáridos, los oligosacáridos y los polisacáridos.
Dentro de ellos se encuentra un grupo especial, un nutriente que muchas veces se olvida a la hora de hacer recomendaciones, y sobre el que en los comienzos de la nutrición no se prestaba tanta atención: la fibra dietética.
Comúnmente conocida simplemente como fibra, la fibra dietética se engloba dentro del amplio grupo de los hidratos de carbono.
Tiene la característica fundamental de que es fermentada por las bacterias (flora intestinal) total o parcialmente en lo que se denomina efecto prebiótico, y no es absorbida por nuestro organismo, por lo que se expulsa formando parte de las heces. La fermentación de la fibra da lugar a diversos productos: los ácidos grasos de cadena corta, el hidrógeno, el dióxido de carbono y el metano, y algunos de ellos son expulsados en forma de gases.
Dentro de la fibra se pueden distinguir dos grandes grupos: por un lado, el de la fibra soluble, la cual durante el proceso digestivo se mezcla con el agua y se convierte en gel ralentizando el proceso digestivo. Este tipo de fibra está presente mayormente en las semillas, los frutos secos, las frutas y las legumbres, además de en algunos tipos de algas. Por otro lado, está el grupo de la fibra insoluble, que no se mezcla con el agua y principalmente aporta volumen a las heces y ayuda a que los alimentos pasen más rápidamente a través del tracto digestivo, conformando el bolo fecal. Este tipo de fibra se encuentra principalmente en los cereales de grano entero y en el salvado.
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Cuando se comenzaron a lanzar recomendaciones sobre el consumo de fibra, muchas de ellas se referían a la fibra insoluble. De hecho, muchos productos eran enriquecidos o suplementados con salvado. No obstante, las investigaciones posteriores comenzaron a dar relevancia también al consumo de fibra soluble.
En la actualidad, algunas sociedades científicas, como la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN), recomiendan consumir una ratio diaria de fibra insoluble o soluble de 3:1, con una recomendación de 25 a 38 gramos por día siempre acompañados de una correcta hidratación. Por supuesto esta recomendación va dirigida a individuos adultos y sanos.
Esta sociedad también indica que un consumo mayor de 50 gramos de fibra al día no presenta beneficios adicionales y puede causar intolerancias como flatulencia, gases, malestar e incluso disminución en la absorción de ciertos oligoelementos y vitaminas. No obstante, el estudio «Anibes» de la Fundación Española de Nutrición (FEN) recoge que, de media, los españoles consumen alrededor de 13 gramos al día de fibra, con el menor consumo en aquellos individuos que padecen sobrepeso u obesidad.
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