.Hábitos de vida
La cultura de la dieta y sus peligros
La “cultura de la dieta”: los peligros de cuidar la alimentación por estética y no por salud
La psicóloga Andrea Barrios explica los riesgos para la salud mental de obsesionarse con conseguir un peso determinado, especialmente entre los más jóvenes
Por Juan García, publicado en Medicina Responsable el 30 de julio de 2024
Seguir una dieta y hacer ejercicio regularmente son hábitos positivos para mantener un estilo de vida saludable que, sin embargo, pueden acabar derivando en problemas que pasan factura a nivel psicológico debido a la presión social por la apariencia física. Es importante diferenciar entre cuidar la alimentación para estar sano, que hacerlo para alcanzar un estándar estético determinado.
Se da la paradoja de que tras la máscara de hacer algo “sano” para cuidarse, cuando esto se convierte en obsesión, se esconden una serie de riesgos para la salud mental que pueden tener importantes consecuencias, especialmente en el caso de los más jóvenes.
Atracones, bulimia, anorexia…los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) tienen una incidencia creciente que se estima que afecta en torno al 5% de los adolescentes en España. Las redes sociales y la excesiva preocupación por tener un aspecto “normativo” acorde a los cánones de belleza hacen que el objetivo de tener unos hábitos alimenticios saludables quede difuminado por la obsesión por parecer delgado, lo cual no tiene por qué ser sinónimo de buena salud.
Para la psicóloga experta en TCA, Andrea Barrios, detrás de estas obsesiones por la apariencia física hay lo que denomina como una “cultura de la dieta”, que genera importantes problemas de autoestima y malos hábitos para muchas personas. “La cultura de la dieta es una forma de pensar que nos ha hecho creer que la salud y la felicidad dependen del peso de una persona. Solo se mira el peso como indicador de mantener un estado de salud adecuado”, explica la psicóloga.
Cuando la dieta pasa de ser un mecanismo para mejorar la salud a un hábito obsesivo marcado únicamente por el peso y el aspecto físico, aparecen esta serie de trastornos e, incluso, calan una serie de mensajes negativos entre quienes no llegan a padecerlos. “Para padecer un TCA hay que tener una predisposición genética, pero la cultura de la dieta va más allá”, apunta la psicóloga quien explica que ceñirse a los preceptos de esta “cultura” implica problemas de salud física y mental. “Aparecen problemas hormonales, anemias, el metabolismo se vuelve más lento…se cae en consumir menos energía de la que el cuerpo necesita para bajar de peso con una finalidad estética y no funcional”.
Otro fenómeno que ocurre como consecuencia de esta obsesión por cuidar la dieta es la “desconexión con las sensaciones de hambre y saciedad”. “La gente pierde la conexión de saber cuándo tiene hambre y cuándo debe dejar de comer. Tiene el efecto contrario, en vez de aprender a comer desaprendes”.
Las redes sociales, caldo de cultivo para los jóvenes
El principal peligro está en los adolescentes, como colectivo más sensible a adoptar estas prácticas extremas. “A nivel neurológico, la parte prefrontal del cerebro es la encargada de la impulsividad y no se desarrolla completamente hasta pasada la adolescencia. Por eso hasta cierta edad nos cuesta ver las consecuencias de nuestros actos o pensar antes de actuar”. Esta impulsividad es la que lleva a adoptar conductas “extremas”, apunta la psicóloga, que son críticas en un momento crucial para el desarrollo de la identidad como es la adolescencia. Si en este momento encuentran la “seguridad mental y dan forma a quienes son” basándose en estas prácticas, los riesgos de tener consecuencias psicológicas se multiplican. “Empiezan cada vez más precozmente, me encuentro jóvenes que hacen dieta por estética con 12 o 14 años”, apunta.
Esta serie de trastornos y problemas psicológicos son mucho más prevalentes entre mujeres que entre hombres, pero entre ellos también está creciendo su incidencia. Las redes sociales, aunque para la psicóloga no pueden catalogarse como “culpables” de estos fenómenos, ya que existían desde antes, han provocado que “aumenten exponencialmente”.
“Si antes te comparabas con tu grupo de amigas en cuanto al físico, ahora tienes 10.000 personas con las que compararte a través de las redes”, señala la experta. Así se explica que muchos jóvenes sean más propensos a adquirir unos hábitos alimenticios obsesivos. “Los cerebros de los adolescentes no están preparados para estos estímulos. Han hecho mucho daño, pero las redes no son las responsables”, concluye.
Por las redes circulan informaciones poco rigurosas o directamente falsas que impactan sobre los jóvenes, haciendo que se aferren a “creencias que no saben si quiera explicar”. Por ejemplo, que los carbohidratos engordan o que hay que eliminar las grasas por completo de la alimentación. “Son componentes esenciales en el organismo que aportan la energía necesaria y ayudan a procesas vitaminas y otros componentes alimenticios”. Algo similar ocurre con los azúcares, según apunta la psicóloga. “El problema está en su abuso, no es que el azúcar mate”.
En este sentido, recalca que los trastornos por atracones son más frecuentes que la anorexia o la bulimia y que, frente a ellos, la estrategia que recomiendan los especialistas no es la prohibición o la eliminación de su ingesta, sino aprender a hacer un “consumo adecuado”. “La prohibición tiene el efecto contrario de que aumenta las ganas de consumirlo y genera problemas de ansiedad”.
“No se trata de amar tu cuerpo, sino respetarlo”
Frente a los comentarios despectivos y de odio que genera la apariencia física de muchas personas, como reacción a la “gordofobia” han aparecido otras corrientes como el body positive, que promueve el “amor al cuerpo propio”. Para la especialista es una filosofía “demasiado idílica”. “No es realista pensar en amar cada centímetro de tu cuerpo, yo soy más partidaria de la aceptación corporal. No te habla de amar tu cuerpo, sino de aprender a respetarlo, aunque haya cosas que no te gusten. No tienes que taparlo, ni odiarlo”, argumenta.
También puntualiza que estos movimientos “en ningún caso, van de fomentar un estilo de vida sedentario o comer ultraprocesados”. La psicóloga explica que se trata de aceptar y respetar el cuerpo como base para poder trabajar en unos hábitos de vida más saludables.
Se trata, en definitiva, de “encontrar el equilibrio” para eliminar de la alimentación uno de los ingredientes que más daño pueden hacer a nuestra salud mental: “la culpa”
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