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La higiene en la Covid-19
¿Por qué desinfectar superficies es «perder tiempo y dinero»?
José Luis Jiménez, catedrático en Colorado, apuesta por vigilar la vía aérea con ventilación y medidores de CO2.
Por ELENA GONZÁLEZ, Publicado en REDACCIÓN MÉDICA el SÁB 06 MARZO 2021
Hasta ahora, limpiar y desinfectar era una de las medidas principales en la lucha contra el Covid-19. Desde la suela de los zapatos hasta la ropa o los productos del supermercado, todas las superficies eran susceptibles de contener el virus y por tanto, ayudar a propagar los casos entre las personas en un mismo espacio. Un año después, no todo el mundo está de acuerdo con esta teoría.
Una vez comprobado que el Covid-19 se transmite por vía aérea, la desinfección de los espacios constituye una «pérdida de tiempo y dinero» en palabras de José Luis Jiménez, profesor de Química y Ciencias Medioambientales en la Universidad de Colorado, Estados Unidos. «Nos dijeron que estaba en las superficies y hemos desinfectado como locos. Yo el primero», explica, aunque los estudios, desde «mayo», apuntan en otra dirección. Por contra, defiende, las pruebas de que el Covid-19 se transmite por vía aérea, son «abrumadoras» y los brotes de «superpropagación son claros».
La propia Organización Mundial de la Salud ya «admitía en su informe de junio que había cero casos por transmisión en superficies aunque pensaban que era plausible», detalla Jiménez. Meses después, la cifra se mantiene invariable, tal y como demuestran diveros estudios e incluso editoriales como el de la revista científica Nature en los que se sigue apoyando la baja transmisibilidad del virus a través de objetos. «No es imposible pero no es muy probable«, según el experto.
Menos desinfección y más ventilación
Esto hace «fundamental» una reestructuración y adaptación de las medidas existentes, eliminando aquellas «inservibles» o poco eficaces como la desinfección y limpieza diaria. «Hay que dejar de hacerlo».
Tampoco tendrían sentido las «mamparas laterales» entre personas. «Si enciendes un cigarro, aunque haya un cristal, tú vas a oler el humo igual», señala a modo de ejemplo. Sí que resultan útiles, puntualiza, para evitar «contacto cercano» en sitios públicos ya que ayudan a parar el flujo del aire directo. En estos casos, el riesgo de contagio es mayor por vía aerosoles que por gotas «proyectiles», con una capacidad de tranmisión «más baja». «Una persona no puede infectar a 30 o 50 a través de gotas».
«En vez de comprar una botella de lejía es preferible comprar una mascarilla mejor» |
Este tipo de precauciones constituyen, en su opinión, la definición «perfecta» de la sensación de falsa seguridad y solo «tendrían sentido» en los espacios con mayor presencia del virus como hospitales, centros sanitarios o «como mucho» en el transporte público.
«Estamos gastando el dinero y el esfuerzo en cosas que no sirven para nada y las cosas que sirven las estamos menospreciando«, opina este experto en aerosoles, a favor de focalizar los esfuerzos en medidas «eficaces» como la ventilación y la instalación de medidores de CO2 o filtros HEPA.
Como prueba, señala el caso de algunas escuelas, en las que se destina un «coste enorme» a la limpieza y a productos como lejía, en vez de destinar ese presupuesto a la instalación de medidores de CO2. «Lo que no tiene sentido es gastar el 95 por ciento de los recursos en una cosa que genera entre el 0 o el 10 por ciento de los contagios. Hay que invertirlo en aquello que causa la mayoría de casos». Es decir, «en vez de comprar una botella de lejía es preferible comprar una mascarilla mejor» o un dispositivo que permita medir el CO2 públicamente «en todos los sitios donde se comparte el aire».
Mantener lavado de manos y mascarillas con «buen ajuste»
Más que desinfectar las superficies, Jiménez, considera que lo primordial es lavarse las manos después de estar en contacto con ellas. «No sabemos que el riesgo por esta vía sea cero y además este hábito previene otras enfermedades«, destaca, partidario de mantener esta medida «por un principio de precaución». Aun así, Jiménez asegura que el contagio sigue siendo «poco probable» ya que este tipo de virus «que están recubiertos de líquidos» sobreviven 5 minutos en las manos. «Tendrías que tocarte el interior del ojo, de la nariz o de la boca en ese periodo y además tampoco se transfierere muy bien».
Las medidas de desinfección no solo resultan «innecesarias», apunta, sino que a veces pueden llegar a ser peligrosas como en los casos de intoxicación por gel hidroalcohólico o los locales que utilizan ozono con presencia de personas. «Solo sirven para desinfectar superficies con lo cual no solo son inservibles sino que son un riesgo cuando hay gente.»
El catedrático también aboga por reforzar el uso de mascarilla, atendiendo especialmente a su «ajuste». «Hay gente que se pone cualquier trapo con agujeros y la lleva de decoración», critica Jiménez, convencido de que la colocación es «el problema clave» que existe en el uso de estos elementos de protección. El hueco que se crea entre el rostro y la mascarilla, aunque solo supone el 2 por ciento del área cubierta, deja pasar «la mitad del aire sin filtrar», por lo que, es necesario «apretar bien la mascarilla». Para comprobar si el ajuste es correcto, la mascarilla debería dejar «una pequeña marca» en la cara al retirarla.
Explicar el porqué de las medidas…
Para Jiménez, parte de los problemas que se han tenido para controlar esta pandemia están relacionados con los «muchos recursos» que se han gastado en «vías de transmisión poco importantes» mientras se igoraban otras medidas de protección más efectivas. Según el experto, eso se debe a un problema de base: el dogma de que es «casi imposible» que las enfermedades se transmitan por el aire, instaurado en 1910 por Charles Chapin. Con la llegada de la pandemia, solo había pruebas asentadas con respecto a la viruela, la gripe y el sarampión. Por tanto, en el caso del Covid-19, también ha llevado meses demostrar esta vía de transmisión.
Como experto, Jiménez es consciente de lo difícil que es convencer ahora a toda la población de que desinfectar «no resulta necesario», después de meses incorporando este hábito y el «miedo» existente en cuanto al contagio. «Lo más importante es explicar el por qué de las medidas. Con tanto cambio la gente se hace un lío y surge el negacionismo».
En el caso concreto de España, es «crítico» que sea la OMS la que cambie sus recomendaciones, para que las autoridades nacionales y las autonomías hagan lo propio. Y es que nuestro país, según el catedrático, cumple con «sus directrices a rajatabla» en vez de implementar medidas propias y a veces más severas como ocurre en Estados Unidos.
Allí, la estrategia parece avanzar gracias a la insitencia de Jiménez y otros 12 científicos, apoyados por varios congresistas, para que el Centro de Control y Prevención de Enfermedades, CDC según sus siglas en inglés,incluya en sus recomendaciones las medidas de control «necesarias» para evitar el «grave riesgo» que supone el contagio por inhalación de SARS-CoV-2.
La covid-19 trae otra revolución higiénica
La progresiva implantación de pautas higiénicas ha sido una de las medidas más eficaces en la historia contra las infecciones. Pero la excesiva limpieza tiene un coste inmune.
Los impulsos históricos a las medidas higiénicas han evitado millones de muertes prematuras.
José R. Zárate publicado en Diario Médico el Dom, 28/02/2021
En los primeros meses de la pandemia, en medio del desconcierto mundial, las superficies contaminadas, orgánicas e inorgánicas, eran las principales sospechosas de la transmisión del SARS-CoV-2. La experiencia con las peligrosas bacterias hospitalarias así lo sugería. De ahí la fiebre de los guantes aislantes, el ozono purificador y los geles alcoholizados, y la moda de los ridículos codazos.
Varios estudios que hallaron una dilatada supervivencia de ARN viral en plásticos, vidrio, cartones y materiales diversos apuntalaron esa convicción. Había que fumigar y desinfectar hospitales, hogares y calles. A partir del verano, otros estudios empezaron a comprobar que ese riesgo no era para tanto, y que los contagios se producían sobre todo por aerosoles. La purificación del aire interior o la ventilación deberían prevalecer sobre la limpieza compulsiva.
Aun así, la inercia acumulada y el temor subyacente siguen impulsando el lavado de manos y el empleo de geles desinfectantes. Y las autoridades sanitarias continúan aconsejando esas medidas. Según informaba Nature, en 2020 las ventas mundiales de desinfectantes de superficies fueron de unos 5.000 millones de dólares; la entidad que gestiona el metro y los autobuses de Nueva York se gastó, por ejemplo, casi 500 millones en limpiezas y desinfecciones.
Pero la contaminación con ARN viral no es necesariamente causa de alarma, tranquilizaba en Nature el microbiólogo Emanuel Goldman, de la Universidad de Rutgers. «El ARN viral es el equivalente al cadáver del virus; no es infeccioso». Aunque varios ensayos han comprobado la persistencia del virus durante varios días en la piel, en el papel y en otros materiales, Goldman y otros advierten de que «son experimentos efectuados con cantidades gigantescas de virus, nada de lo que encontrarías en el mundo real».
Póquer con rinovirus
Otros, en cambio, son menos escépticos: «Sólo porque no se pueda demostrar la viabilidad, no significa que no haya habido virus contagiosos allí en algún momento», afirmaba el epidemiólogo Ben Cowling, de la Universidad de Hong Kong. Sin embargo, una combinación de ensayos efectuada en 1987 por un equipo de la Universidad de Wisconsin con cartas de póquer contaminadas con rinovirus demostró que la única vía de contagio posible era la aérea.
Algunas pesquisas en contagiados chinos han determinado que el foco infeccioso de SARS-CoV-2 era un botón de ascensor o calzado que había pisado aguas contaminadas, y en China ha habido cierta histeria con alimentos congelados importados y supuestamente infectados. De todos modos, han de conjugarse varios factores ambientales y personales para que ese contagio se produzca.
Aun así, la OMS sigue considerando peligrosas esas superficies y recomendando la desinfección, aunque solo sea por el principio de precaución. Preocupados por las consecuencias de una higiene excesiva, un amplio equipo internacional alerta este mes en Proceedings of the National Academy of Sciences del riesgo de alterar la diversidad microbiana, la conocida hipótesis de la higiene. “Los grupos de alto riesgo que sucumben a la covid-19 incluyen aquellos con afecciones preexistentes, como diabetes y obesidad, que también están asociadas con anomalías del microbioma. Las medidas y prácticas actuales de control de la pandemia tendrán efectos amplios, desiguales y potencialmente perjudiciales a largo plazo para el microbioma humano, dada la implantación de la separación física, la higiene extensiva y otras medidas que influyen en la pérdida microbiana global”.
Hito de la medicina moderna
Otros estudios han observado con satisfacción que las medidas anti-covid han reducido otras infecciones víricas y bacterianas tanto en la comunidad como en los hospitales. Hay que recordar que gran parte de las históricas reducciones de mortalidad –ahí están Ignaz Semmelweis, Edwin Chadwick, John Snow y otros salubristas– se deben al simple lavado de manos, al saneamiento de las aguas, a la paulatina sustitución de las letrinas callejeras por inodoros y al alcantarillado.
Una famosa encuesta realizada en 2007 por British Medical Journal entre 11.000 personas sobre los principales hitos de la medicina moderna dio como ganador a la mejora de las condiciones higiénicas (una encuesta paralela entre científicos otorgó esa primacía a las vacunas). Quizá haya que invertir más en detección de virus voladores y purificación del aire, pero la revolución higiénica que ha traído el coronavirus puede hacernos más limpios y saludables, aunque en cierto sentido más indefensos. Habrá que ver cómo se compagina esa mayor higiene con la pérdida del valioso microbioma y con la falta de entrenamiento inmune: un difícil equilibrio.
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