.Obesidad y sobrepeso
La regulación del hambre y el papel del cerebro en la aparición de la obesidad
“No todo es dieta y ejercicio”: la regulación del hambre y el papel del cerebro en la aparición de la obesidad
Además de la mala alimentación y la falta de hábitos saludables, esta enfermedad está condicionada por factores conductuales, ambientales y genéticos
Por Juan García, Medicina Responsable 4 de marzo de 2025
La incidencia de la obesidad se ha duplicado en el mundo desde los años 90 entre adultos y cuadriplicado entre niños. En España, el gasto que supone la atención sanitaria a esta enfermedad y sus comorbilidades asociadas alcanza un 2% del PIB. Detrás de este auge hay múltiples causas y tendencias que afectan al conjunto de la sociedad, desde la presencia creciente de alimentos ultraprocesados y poco saludables en las dietas habituales de la población o el sendentarismo; pero en el plano individual hay otra serie de factores que determinan la aparición de esta enfermedad. El nivel socioeconómico, la herencia genética, la adquisición de hábitos alimenticios desde la infancia o incluso otros factores prenatales y ambientales influyen en la propensión que va a tener una persona a padecer obesidad y su capacidad para combatirla.
En el por qué unas personas tienen más tendencia a ganar peso o perderlo que otras, en cómo gestiona su cerebro la sensación de hambre y la influencia de su entorno para establecer una relación con la comida están las verdaderas claves para un abordaje adecuado de esta patología que destierre los estigmas.
La obesidad es una enfermedad compleja y multifactorial que se define por una concentración excesiva de tejido adiposo. A pesar de que la categorización se ha realizado tradicionalmente a través del Índice de Masa Corporal (IMC) como relación entre peso y altura, es necesario tener en cuenta la cantidad y localización de este tejido adiposo para hacer un diagnóstico preciso.
Factores que determinan su aparición
Desde la Sociedad Española de Obesidad (SEEDO) apuntan que la estigmatización y culpabilización de la obesidad tiene efectos contraproducentes sobre los pacientes, dificultando que acudan a ayuda profesional para tratar esta enfermedad. La visión de la obesidad como una cuestión de elección personal, que depende exclusivamente de la fuerza de voluntad para el cambio de hábitos de la propia persona desdibuja la noción de esta patología como una enfermedad compleja y propiciada por diversos factores.
La incidencia de la obesidad en España se estima en un 20% de la población adulta, pero para el jefe de Endocrinología y Nutrición del Hopistal Universitario Arnau de Vilanova (Lleida), y miembro de la junta directiva de la SEEDO, Albert Lecube, “sigue siendo infradiagnosticada e infravalorada”. La reducción de esta patología a un problema de voluntad supone un “enfoque simplista que dificulta que las personas con obesidad busquen ayuda”.
Además de la alimentación y los hábitos de actividad física, en la aparición de la obesidad intervienen otros factores como “la falta de sueño, la herencia, la presencia de otras enfermedades o los factores prenatales”, además de los determinantes sociales. Entre los síntomas que provoca, el hambre es uno de los más relevantes. El hambre es una sensación regulada por el cerebro que, en el caso de las personas con obesidad, puede estar alterada. Más allá de la concentración de tejido adiposo, la obesidad trastoca el funcionamiento del organismo y la forma en que gestiona la energía que recibe. Esta es una cuestión que no es tan simple como un balance genérico para todos los pacientes entre calorías ingeridas y consumidas, puesto que el organismo de cada persona las procesa de forma diferente y también existen “factores conductuales”, explica el endocrinólogo.
Perfiles de pacientes con obesidad
Un reciente estudio realiza un fenotipado de la obesidad distinguiendo entre cuatro perfiles. Aunque el doctor Lecube resalta que es necesario realizar un abordaje personalizado para esta enfermedad, estas cuatro categorías ofrecen una aproximación de qué perfiles de paciente existen en función de cómo es su sistema de ingesta y consumo calórico, así como su relación con la alimentación.
En primer lugar, se encuentran los pacientes denominados con “cerebro hambriento”. Estos son aquellos que tienen la sensación de saciedad alterada, por lo que tardan más tiempo en sentirse llenos debido a una señalización deficiente entre el cerebro y el intestino. En el segundo grupo se encontrarían los “intestinos hambrientos”, que son aquellas personas que tienen hambre con mucha frecuencia debido a un vaciamiento gástrico acelerado. En tercer lugar, están los pacientes que tienen una relación emocional con la alimentación que se traduce en una búsqueda hedonista de la comida como refugio frente a situaciones de estrés o inestabilidad emocional. Por último, estarían las personas que tienen un metabolismo lento, es decir, que tardan mucho en “quemar” las calorías ingeridas.
El 95% de los hábitos alimenticios se adquieren en la infancia
Una de las claves para entender cómo el hambre se regula de forma distinta en cada persona es la influencia de los hábitos alimentarios adquiridos de forma directa o incluso indirecta a través de los progenitores. Lecube destaca que, según algunos estudios, “hasta el 70% de las decisiones sobre el hambre que tomamos no responden a una necesidad metabólica sino a factores ambientales o emocionales”.
A esto añade que en torno a la mitad de las personas con obesidad tiene una relación emocional con la comida. Lecube destaca que es “fundamental” entender que esta relación se construye desde la infancia, algo que sustenta con otro dato: “Aproximadamente el 95% de los hábitos alimentarios se adquieren antes de los diez años”. El acceso a una educación nutricional adecuada o a una alimentación equilibrada que evite las comidas preparadas poco saludables o ultraprocesadas es algo sobre lo que tiene una importante influencia la condición socioeconómica.
Si un niño se cría en un ambiente donde se acostumbra a ese tipo de alimentación, su cerebro se va a modular en esos hábitos de por vida. Esto se ilustra con la práctica de dar golosinas a los niños cuando están tristes, algo, según explica el doctor de la SEEDO, “desarrolla los circuitos de recompensa del niño” haciendo que asocie ese dulce o gominola con la búsqueda de esa satisfacción emocional a través de la comida. Esto, en última instancia, “aumenta la vulnerabilidad para padecer obesidad en el futuro”.
Por todo ello, subraya que “reconocer estos patrones de relación emocional es esencial para comprender que no basta con proveer una alimentación equilibrada”. La culpa, el estigma y la falta de resultados de ciertos pacientes ante métodos tradicionales como la dieta con restricción calórica generan una frustración que complica que estas personas encuentren una solución efectiva y sean constantes en su batalla contra esta enfermedad. La prescripción genérica de dieta y ejercicio resulta insuficiente para dar una solución a esta enfermedad crónica, por lo que los expertos reivindican un abordaje personalizado y multidisciplinar, haciendo hincapié en no descuidar el plano psicológico. En conclusión, el doctor Lecube apunta que “entender qué impulsa a una persona a comer es tan importante como saber qué come”.
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