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La sostenibilidad alimentaria
La sostenibilidad alimentaria, una obligación sobre la mesa
Según la FAO, cada año un tercio de la producción mundial de alimentos acaba en la basura: son 1.300 millones de toneladas anuales
.Por MÒNICA HERNÀNDEZ, publicado en La Vanguardia el 27/12/2022
Navidad es sinónimo de encuentros familiares en torno a una mesa. Comidas consistentes, productos que comemos poco a menudo y cantidades exageradas. Pero aunque son comidas y cenas extraordinarias y de fiesta, podemos hacerlas más sostenibles con un consumo responsable de los productos y reduciendo el despilfarro alimentario. Un ejercicio que no tendríamos que aplicar solo para Navidad. Todo el año hace falta pensar bien nuestros menús para evitar un impacto negativo sobre nuestra salud y el medio ambiente.
De esta cuestión se ha hablado en Diálogos en La Vanguardia con Carmel Mòdol, secretario de Alimentació de la Generalitat de Catalunya; Álvaro Porro, director del proyecto Barcelona Capital Mundial de la Alimentación Sostenible del Ayuntamiento de Barcelona, y Rocío Torres, mánager de sostenibilidad de EY.
Antes de sentarnos a la mesa estas fiestas hace falta que hagamos el esfuerzo de pensar el menú y las raciones. Carmel Mòdol recuerda que “tenemos que pensar en un menú razonable, que los comensales se marchen contentos y satisfechos y que al final de la comida no nos sobre mucha comida. Y tengamos claro que todo lo que pueda sobrar lo podemos aprovechar para hacer otros productos alimentarios. Es un ejercicio mental, pensar en el menú y las raciones. Y por ejemplo, si nos sobran turrones porque ya estamos hartos, recordar que es un producto que puede aguantar todo el año y siempre es un buen recurso como postres finales. Podemos, sin aguar la fiesta, ser más razonables”.
Álvaro Porro hace un inciso: “Lo primero que tenemos que pensar es cómo disfrutaremos de esa comida. El de Navidad es un día especial. El equilibrio del sistema alimentario no está en función de aquel día. No nos tenemos que poner solo tiquismiquis por fiestas. Lo importante es el resto de los días del año. Tenemos que plantearnos si comemos producto de temporada y de proximidad, si comemos demasiada proteína animal, si podemos ingerir menos azúcares y menos procesados”. Rocío Torres insiste en que “el producto de temporada es una buena opción para una comida sostenible”. En el fondo, volvemos a mirar atrás. Nuestros abuelos y abuelas ya consumían lo que tocaba cuando tocaba, y era local. Vamos por partes.
Antes de poner la mesa, planificamos el menú con coherencia. Contabilizamos bien los comensales y sus preferencias. Calculamos bien las raciones para evitar comprar un exceso de comida. Comprar de más es la puerta de entrada de la comida que tiramos. Tendríamos que planificar un menú ligero, con reducción de la proteína animal e incremento de la vegetal. La carne y el pescado acostumbran a ser productos habituales en las recetas de Navidad, pero podemos optar por aumentar la presencia de frutas y verduras. Es indispensable para ser sostenibles.
Evolución
Solo con unas nociones básicas podemos tener una dieta más saludable y sostenible. Sin embargo, además, nuestros hábitos de consumo también pueden incidir en las decisiones de las empresas del sector
Una vez decidido qué haremos para comer o cenar, compramos preferiblemente productos locales. Tenemos que escoger productos de proximidad y alimentos de temporada. Es la manera de ser responsables con el entorno y reducir gasto económico. “La proximidad es un camino muy fácil”, recuerda Mòdol. “Toca hacer un aprendizaje de lo que es la cadena alimentaria. No nos sobran alimentos. Hay partes del mundo donde son más vulnerables desde el punto de vista alimentario que desde el punto de vista energético. Pero no somos conscientes”, remacha el representante de la Generalitat.
Aunque no toda la responsabilidad recae en el consumidor, sí que puede ser determinante. Y aquí aparece el concepto Sherlock Holmes. Los usuarios no sabemos de todo ni podemos dedicar nuestro tiempo, escaso, a investigar si aquel producto es de proximidad, de temporada y si se ha producido siguiendo unos procesos sostenibles. Álvaro Porro cree que “ahora mismo hay confusión. No podemos esperar que el cambio en el sistema alimentario venga de la mano, solo, de los consumidores y las consumidoras. Las decisiones individuales en cada compra ayudarán. Pero hace falta una regulación de los mercados. Como se hace en otros sectores. Es un camino que no es fácil, pero no nos podemos encoger”.
Desde la Generalitat, Mòdol defiende la regulación, pero “con cierta flexibilidad y siempre dejando que el ciudadano sea quien tenga la última palabra o decisión. Podemos decantar para generar mejores prácticas, pero la libertad final la tiene que tener la ciudadanía, que tiene que estar bien informada”. Además, nuestros hábitos de consumo también pueden incidir en las decisiones de las empresas del sector. “Tenemos el poder de hacer cambiar las prácticas de las empresas con un poco de concienciación. Si expresamos que queremos que el sistema cambie, que queremos que las empresas tengan respeto por el medio ambiente y los derechos humanos, lo conseguiremos. De hecho, muchas empresas ya tienen estrategias y objetivos de sostenibilidad ambiciosos”, advierte Torres.
Cada catalán malgasta de promedio unos 35 kilos de comer al año, un 7% de lo que compra
Ya hemos decidido qué haremos para comer el día de Navidad. Sin embargo, ¿dónde compramos la materia prima? Álvaro Porro lo tiene claro: en el comercio de proximidad. “Los supermercados tienen estrategias de marketing para que compres lo que está al lado de la caja y no estaba en tu lista de la compra. Confiamos en el comercio de proximidad, en el personal que nos puede orientar y asesorar sobre las virtudes de cada alimento”.
De momento, la ciudadanía confía. Solo en Barcelona, seis de cada diez vecinos compran el producto fresco en mercados y tiendas de proximidad. Con esta apuesta no solo ayudaremos al comercio local, también contribuiremos a hacer más sostenible nuestro sector primario, que sufre, y de lo lindo, las carencias del sistema. Carmel Mòdol explica que en Europa, “a partir de la ley de la competencia, no se legisla de manera favorable para un sector, el primario, que para nosotros es estratégico. Desde el ámbito de la competencia nos dicen ‘no, aquí no podéis entrar’, y por eso tenemos que ir con pies de plomo”.
Sin embargo, Europa tiene buenas iniciativas. Explica Álvaro Porro el proyecto From the Farm to the Fork (de la granja al tenedor), que establece que en el 2030 el 25% de la producción agraria europea tendrá que ser ecológico y tendrá que disminuir a la mitad el uso de agroquímicos. En Catalunya, con respecto a la producción, ya lo cumplimos: estamos al 30% si tenemos en cuenta los pastos. Rocío Torres explica la directiva de Diligencia Debida de la UE que exigirá que las empresas prevengan y mitiguen los efectos adversos de sus actividades en los derechos humanos y el medio ambiente. Esta directiva afecta tanto a las empresas como a su cadena de valor dentro y fuera de la UE.
En Catalunya, el 30% de la producción agraria ya es ecológica
Acabada la compra de los productos que formarán parte de nuestra comida navideña, es importante que transportemos los alimentos con cuidado y los almacenemos de manera correcta. Ponemos más al alcance los que caduquen primero y respetamos las cadenas de frío para que ningún producto se estropee.
Y ahora entramos en la médula del sistema alimentario: el despilfarro. Todos los restos pueden ser un recurso para otras elaboraciones. Pensamos en canelones o croquetas, por ejemplo. Desgraciadamente, las cifras evidencian que cada catalán malgasta, por término medio, 35 kilos de comida al año. O lo que es lo mismo, unos 90 gramos al día, casi un yogur diario. Eso equivale a un 7% del total de alimentos adquiridos. Las previsiones de las autoridades internacionales todavía quedan lejos. Entre los objetivos de desarrollo sostenible que se ha fijado la ONU de cara al 2030 figura reducir a la mitad el despilfarro alimentario per cápita.
En Catalunya, la base para combatir esta lacra ya está, pero hay que desarrollarla. Hace dos años se aprobó la ley contra el despilfarro alimentario. Pero con el estallido de la pandemia ha pasado desapercibida y ha quedado pendiente de desplegar. A finales del primer trimestre del 2023 está previsto que el despliegue de la norma esté terminado.
Entre las medidas previstas está la obligación de los restaurantes de facilitar una fiambrera a los comensales para llevarse la comida que no se hayan acabado. También impone una serie de obligaciones a todos los agentes de la cadena alimentaria, con las sanciones correspondientes. Las empresas que se dediquen a la distribución de alimentos tendrán que disponer de un plan de prevención de las pérdidas y el despilfarro alimentario e informar anualmente.
Álvaro Porro cree que “la ley catalana es buena. Ahora hace falta hacer el reglamento de despliegue y valorar, entonces, si tiene impacto o no”. Más allá de la legislación, también tenemos que ser creativos y apostar por dar segundas oportunidades a algunos productos o darles una vida nueva. Rocío Torres nos pone un ejemplo: “Los anacardos crecen en un árbol y dentro de una especie de manzana que hasta ahora no se utilizaba casi por nada. Ahora hay iniciativas que estudian utilizarla para alimentación animal o compostaje”. El problema del despilfarro alimentario no solo está relacionado con nuestras prácticas a la hora de consumir. Los precios también tienen mucho que ver. Ahora estamos en plena inflación alimentaria. Muchas familias sufren para llenar la cesta de la compra. Tienen otros problemas o prioridades, sobre todo la vivienda, y han dejado de invertir en alimentación. Las cifras lo ponen de manifiesto: el gasto familiar en alimentación ha caído un 65% en las últimas seis décadas. “Tenemos que ver qué tipo de ayudas en las rentas podemos hacer, políticas de mercado para favorecer a las familias más vulnerables”, manifiesta Porro. Para Mòdol, “la ciudadanía es el inicio y el final de todas las cosas, es quien escoge. Los recursos públicos los tenemos que poner allí donde la ciudadanía quiere comprometer su futuro”.
Pensamos en un sistema alimentario más local, más sostenible, más seguro y que garantice un equilibrio territorial. Enseñamos de bien pequeños la importancia de una buena alimentación. Hay proyectos, como el del Ayuntamiento de Barcelona, Menjadors Sans i y Sostenibles, que ya se funcionan. Se trata de una cincuentena de escuelas de la ciudad que entienden el comedor como un espacio más de aprendizaje. Es uno de tantos proyectos de la primera Estratègia de Ciutat d’Alimentació Sostenible i Saludable 2030 recientemente presentada y liderada por el Ayuntamiento, pero con participación de comercios, campesinado, restauración, escuelas, universidades… a los que Porro anima a adherirse tanto a empresas y entidades como a ciudadanía.
Según la FAO, el sector alimentario es también uno de los protagonistas del cambio climático. Las emisiones de gases de la agricultura y la ganadería superan las del transporte y solo están por detrás de las energéticas. Un tercio de la producción alimentaria mundial se tira. Es decir, 1.300 millones de toneladas anuales. Con este escenario, la sostenibilidad ya no es una moda o tendencia, tendría que ser una obligación. Uno de los regalos estrella de estas fiestas.
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