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Las diferencias sociales y la Covid-19
Alberto Corsín: “Hay diferencias sociales que condicionan la exposición al contagio y la enfermedad”
El antropólogo del CSIC dirige un proyecto de epidemiología urbana para determinar cómo las desigualdades sociales han influido en el contagio y la enfermedad de la covid-19
Publicado en CSIC Fecha de noticia: Lunes, 26 julio, 2021
La pandemia de covid-19 ha hecho aflorar las desigualdades sociales. La propia geografía urbana ha influido en la transmisión de la enfermedad. “No todos los barrios se contagian por igual”, sostiene Alberto Corsín Jiménez, antropólogo del CSIC, que dirige un proyecto de epidemiología urbana para mostrar cómo las desigualdades en la ciudad de Madrid han intensificado o atenuado el azote de la covid-19. “Hay una serie de determinantes sociales: por clase, por género, por etnia o por condiciones socioeconómicas que modulan la exposición a la enfermedad y los contagios”, argumenta. Su proyecto también investiga cómo la pandemia ha modificado nuestros hábitos urbanos, en particular el surgimiento de redes informales de solidaridad.
Corsín Jiménez, investigador en antropología social y cultural en el Instituto de Lenguas, Literatura y Antropología del CSIC, dirige el proyecto Epidemiología Urbana de la Covid, financiado por el fondo Recupera y enmarcado en la Plataforma Salud Global del CSIC. Nombrado nuevo miembro del equipo editorial de la revista Cultural Anthropology, referente internacional en estudios antropológicos, Corsín Jiménez destaca la necesidad de implicar a las ciencias sociales en el análisis de la covid-19, bajo la idea de que a través de la interdisciplinariedad se podrá conocer el alcance de las transformaciones sociales originadas por la pandemia.
Pregunta: ¿Cómo se puede medir el impacto desigual de la covid en la ciudad?
Respuesta: El punto de partida es lo que hemos llamado la epidemiología urbana de la covid-19. La epidemiología urbana tendría dos patas: una pata de epidemiología social que es entender cómo la geografía de la ciudad afecta a la forma de viajar de la enfermedad. No todos los barrios se infectan igual. Hay una serie de determinantes sociales: por clase, por género, por etnia o por condiciones socioeconómicas que modulan la exposición a la enfermedad y los contagios. La otra pata es lo que llamamos la informalidad urbana, es decir, el hecho de que la covid no solo ha tenido un impacto en salud, sino que también ha impactado nuestra relación con la ciudad.
P: Un ejemplo es el surgimiento de redes solidarias.
R: Así es. Se ha visto que en las comunidades más vulnerables ha habido un fortalecimiento de las redes solidarias. Ya en abril del año pasado, el Ayuntamiento de Madrid realizaba una encuesta telefónica y el 61,9 % admitió haber recibido ayuda de otro domicilio, ya sea con la compra, con los cuidados, etc. Es lo que llamamos la informalidad urbana para entender cómo ha ocurrido y cómo se solapa con la primera parte. Además, una cosa que nos gusta destacar a los investigadores del proyecto, que somos Manuel Franco, epidemiólogo de la Universidad de Alcalá de Henares y yo, es esta sinergia entre medicina, salud pública, epidemiología y antropología urbana.
P: ¿Cómo estructurarán la ciudad para medir las diferencias sociales?
R: En principio vamos a dividir la ciudad en tres grupos poblacionales que serían, a grandes rasgos, lo que conocemos como clases altas, medias y bajas. Me gustaría subrayar que lo estamos describiendo de forma muy coloquial, ya que el tema de las clases sociales es muy complejo. Después se trata de encontrar dos distritos para cada una de esas clases. Tendríamos entonces seis distritos, dos por estrato. Para atender la primera pata de la que hablamos, los determinantes sociales de salud, vamos a investigar una serie de correlaciones estadísticas, es decir, vamos a tomar los datos de contagio, de fallecimientos o de hospitalizaciones y contrastarlos con distintos tipos de indicadores socioeconómicos para cada uno de esos seis distritos. Esta primera parte sería más cuantitativa.
P: ¿En qué consistirá la parte cualitativa?
R: Vamos a emplear la etnografía, pateando la calle, como se dice coloquialmente. Durante 9 meses vamos a hacer entrevistas, dinámicas de grupo y observación participante en las comunidades de base que se activaron: parroquias, bancos de alimentos, asociaciones de vecinos, colectivos activistas… De este modo esperamos recoger una información más cualitativa que quizás nos permita descubrir una suerte de ciudad invisible dentro de la ciudad, una serie de procesos informales relacionados con la solidaridad, el tejido vecinal o el parentesco, que han modulado las respuestas de distintos barrios durante la pandemia.
P: Usted habla de un urbanismo libre como ejemplo de una ciudad solidaria. ¿Cómo se conseguiría?
R: Para que una ciudad sea justa y solidaria necesita que las políticas públicas atiendan a criterios de justicia social, equidad y redistribución. Por ejemplo, una cosa que hemos visto durante la pandemia es que la primera trinchera han sido los centros de atención primaria. Si tenemos un buen sistema de atención comunitaria estaremos mejor preparados porque, a 5 o 10 minutos de casa, tendré un interlocutor sanitario. Si en vez de eso apostamos por macro hospitales a los que la única manera de llegar es en coche, y tardo 40 minutos, pues es otro concepto de justicia en salud. Por otro lado, en relación a lo que yo llamo urbanismo libre, creo que debemos apreciar que la ciudad está llena de saberes y que no siempre los expertos son los que más conocen una ciudad. La pandemia ha sido un buen ejemplo de ello. A veces son los ciudadanos los que primero detectan un problema y primero se activan para resolverlo. Por eso, yo creo que hay que diseñar políticas públicas de la mano de los ciudadanos, porque entienden mejor los problemas. Entonces, yo te diría las dos cosas: una que la filosofía de las grandes políticas públicas sea una filosofía de justicia social; y dos, que las políticas públicas sean más cercanas, incluso diseñadas de la mano de los ciudadanos.
P: ¿Las redes de solidaridad son una respuesta estructural o coyuntural?
R: Diría que las dos cosas. Es coyuntural en la medida que, si se las asfixia, las redes de solidaridad se apagan. Por ejemplo, ha habido restaurantes o tiendas que durante el confinamiento se reinventaron como cocinas solidarias que daban comida a personas sin hogar y personas que se quedaron sin ingresos. Pues esas tiendas reinventadas, el Ayuntamiento las cerró. Muy probablemente motivado por la normativa de seguridad alimentaria o de salida de humos, pero claro, al final nos topamos con una administración con poca capacidad de imaginación y maniobra. Al final, las políticas sociales creo que tienen que ser respuestas acomodadas a los problemas que tenemos y no por doctrina, por dogma o por fe.
P: Por último, ¿cómo se consigue legislar de la mano del ciudadano?
R: Desde los años 60 del siglo pasado, la herramienta clásica para legislar con el ciudadano es la llamada participación ciudadana. A lo largo de estos años las herramientas y las apuestas de las administraciones por la participación ciudadana han ido cambiando: de los presupuestos participativos a las asambleas ciudadanas o las elecciones de representantes participativos por sorteo. Sin embargo, desde las ciencias sociales lo que hemos comprobado es que las expresiones mejor articuladas y más agudas de derechos ciudadanos han venido siempre de la mano de los movimientos sociales. Desde los movimientos por los derechos civiles de los colectivos afroamericanos y LGBTIQ en los años 60, pasando por el movimiento vecinal en las ciudades españolas durante el tardofranquismo, han sido siempre los movimientos sociales los que han dado forma a la expresión más rotunda y plena de lo que significa participar. Hoy lo vemos en los movimientos por el cambio climático. Entonces, ¿qué tienen que hacer las administraciones? Me parece perfecto que sigan experimentando con sorteos, asambleas o presupuestos participativos, pero en el fondo lo que tienen que hacer es muy sencillo y es escuchar a los movimientos sociales porque, históricamente, sus demandas son las que mejor leen las condiciones de nuestro presente.
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