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Los universitarios deben ser competentes en autocuidados
“Tenemos que conseguir que los universitarios sean competentes no solo en su ámbito profesional sino también en autocuidados”
Una amplia encuesta realizada el pasado curso por el Gobierno revelaba síntomas de depresión y ansiedad en la mitad de los estudiantes. Vicent Balanzá, uno de sus investigadores, también profesor, explica cómo los campus pueden fortalecer los factores de protección individuales y colectivos.
Publicado el El Mundo Sábado, 11 mayo 2024 – 07:16
Vicent Balanzá es psiquiatra y profesor en la Universitat de València. Convive a diario en las aulas con jóvenes y junto a ellos, con sus ilusiones de futuro, sus retos y sus fracasos, su alegría y también con su dolor. Y en ocasiones de forma muy directa. Hace diez años se dio cuenta de que cuando se acercaban a su despacho para una tutoría aquellas conversaciones académicas derivaban en algo más personal, que no recurrían a él por “dudas teóricas o para ver un poco el temario” sino que se acercaban para compartir con él su sufrimiento.
Desde entonces comenzó a volcarse en investigar más a fondo las dificultades a las que se enfrentan los estudiantes de educación superior y lo hace bajo el convencimiento de que las universidades son un lugar de excepción no solo para detectar ese sufrimiento y ofrecer ayuda al alumnado sino para fomentar el bienestar y factores de protección como los vínculos sociales en “campus saludables”. “Tenemos que conseguir que los estudiantes cuando terminen su titulación sean competentes, no solo en su ámbito profesional, sino también en autocuidados”, asegura.
Balanzá percibe ese intenso malestar emocional de los jóvenes pero también ve motivos para la esperanza: hablan con mayor naturalidad de sus problemas de salud mental, son más conscientes de la necesidad del autocuidado y a nivel universitario comienza a haber una mayor sensibilización e implicación a la hora de proteger del bienestar de los estudiantes y no solo de su formación académica.
SUFRIMIENTO PSICOLÓGICO ENTRE LOS UNIVERSITARIOS
En marzo de 2022, Balanzá pasó a formar parte junto al profesor Rafael Tabarés y la entonces estudiante de doctorado Beatriz Atienza de un equipo de trabajo creado por los ministerios de Sanidad y de Universidades para hacer una ‘fotografía’ de la salud mental de alumnos de grado y posgrado (master y doctorado) de las instituciones tanto públicas como privadas.
La encuesta, respondida por más de 59.000 estudiantes, es la más amplia [LÉALA AQUÍ ÍNTEGRA] que se ha hecho hasta el momento en España a este colectivo. Para que esta imagen fuera panorámica y ofreciera una visión más global era crucial una obtener una amplia participación y para ello fue clave la implicación en su difusión del Consejo de Estudiantes Universitarios del Estado (CEUNE), profesorado y rectorados de las universidades y el convenio entre CIBERSAM (Centro de Investigación Biomédica en Red de Salud Mental) y el Gobierno.
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El cuestionario evaluó los problemas de salud mental más frecuentes: depresión, ansiedad, insomnio, abuso de alcohol e ideas suicidas y se realizaron encuestas en los dos periodos distintos, en el primer cuatrimestre (noviembre de 2022) y el segundo cuatrimestre (abril de 2023) “para ver si había cambios o no”. Se constató que “el sufrimiento psicológico se mantiene por igual” durante el año académico.
Los resultados se conocieron el pasado mes de julio y reflejan que numerosos jóvenes sobrellevan su día a día en el campus con un intenso malestar emocional que merma su calidad de vida, su desarrollo personal y condiciona su rendimiento académico: la mitad presenta síntomas depresivos moderados o graves y un porcentaje similar ansiedad moderada o grave. Uno de cada cinco estudiantes ha pensado que estaría mejor muerto/a o ha tenido ideación suicida sin llegar a la planificación o el intento.
PRINCIPALES RESULTADOS DEL ESTUDIO SOBRE LA SALUD MENTAL DE LOS UNIVERSITARIOS
Balanzá reconoce que estos datos “son ciertamente preocupantes”, pero matiza que no se pueden equiparar al diagnóstico realizado por un psiquiatra, un médico de familia o el psicólogo. Sí resulta muy útil para hacer la comparativa con otras universidades extranjeras porque se utiliza el mismo método de trabajo. Las cifras que se extraen en España “son muy similares a los datos mundiales”, asegura.
Este análisis de carácter cuantitativo fue acompañado de otro cualitativo, llevado a cabo por la cooperativa Aplica con el fin de arrojar luz sobre los factores que contribuyen a la mejora del bienestar entre los universitarios así como las barreras que la obstaculizan y que sitúan las dificultades económicas como la principal causa de inquietud entre los alumnos.
Hasta el año pasado no se había hecho una encuesta con esa “amplitud”, asegura, pero sí ha habido otras iniciativas recientes de gran interés, como la realizada por la Facultad de Psicología de la Universidad de Oviedo, en colaboración con 35 universidades tras la pandemia y que constataba una alta prevalencia de problemas emocionales entre los 5221 estudiantes que realizaron la encuesta entre marzo y abril de 2022.
“Las universidades están en un proceso de reflexión sobre la magnitud de los problemas de salud mental pero también sobre su funcionamiento”
La Universidad de Málaga quiso también conocer la vulnerabilidad en sus campus tras la crisis sanitaria por Covid-19 y concretamente la prevalencia de la conducta suicida. Participaron 2.212 estudiantes entre 18 a 30 años, el 70% mujeres, durante el mes de marzo del 2021. En los últimos seis meses, casi nueve de cada diez había experimentado malestar psicológico, presentaban baja resiliencia, es decir, baja capacidad para volver a la normalidad tras un acontecimiento vital estresante, un 30% había experimentado deseos de muerte, un 14,7% ideación suicida, el 13,6% había planificado su muerte, el 5% se había autolesionado y un 0,5% había intentado quitarse la vida. El dato esperanzador es que el 90% tenía una alta percepción del apoyo familiar y social recibido, un factor protector clave que reduce el riesgo de suicidio.
ENCUESTAS PERIÓDICAS Y CON APOYO INMEDIATO
Este tipo de estudios, explica Balanzá , suelen realizarse a iniciativa de las propias universidades y más concretamente de “profesores preocupados por la salud mental de los estudiantes”. Son “piezas de información valiosa”, mantiene, pero en la mayoría de los casos se limitan a una sola institución o incluso de un solo grado. “Hay pocos estudios que engloben a más de una universidad”, asegura con la confianza de que la nueva Ley Orgánica del Sistema Universitario (LOSU) que entró en vigor hace un año impulse una “monitorización periódica sistemática” de la salud mental de los alumnos.
Para ello, considera “más que deseable” que se realizara un cribado masivo, preferiblemente en “meses tranquilos” donde no haya un excesivo estrés psicológico como puede ser en periodo de exámenes o comienzo de curso en el primer año, para testar cómo se encuentran los estudiantes y que esas encuestas online “confidenciales y anónimas” ofrecieran una evaluación de los resultados de forma inmediata e información de dónde pueden encontrar apoyo. Sería “interesante”, propone, que fueran acompañadas de charlas y talleres que ayuden a expresar las emociones e informen de recursos como ya están realizando varias universidades, entre ellas la de Valencia.
“La socialización es fundamental. Vincularnos con otros es saber que no estamos solos”
Hablar, además, es una herramienta que contribuye a “desactivar el estigma“, afirma desde su propia experiencia personal. Balanzá tuvo la oportunidad de atender a algunos de esos alumnos que tocaban su puerta en las tutorías buscando escucha y orientación psicológica especializada y en algunos casos derivarles a consultas de la Sanidad pública. En aquel entonces, hace una década, los problemas de la salud mental eran un tema tabú. Hoy percibe que ya se va “normalizando en la conversación”, como ocurre en toda la sociedad.
Él suele compartir con los alumnos los resultados de las encuestas de salud mental realizadas en los cursos anteriores en la Facultad de Medicina y la experiencia ha sido “muy positiva” porque ha tenido un “efecto movilizador”: los estudiantes piden más ayuda, se muestran más abiertos a hablar con normalidad de sus dificultades hasta el punto de impulsar una asociación para fomentar los autocuidados.
“Los jóvenes estudiantes lo hablan en primera persona con una naturalidad que antes a mí me resultaba impensable” aunque sí sigue existiendo “carga negativa” asociada a los trastornos mentales. Aún pervive cierto estigma social al que se suma el autoestigma, el propio rechazo a la enfermedad, y que complica “buscar ayuda profesional cuando se necesita” por el temor a ser etiquetado como el “diferente, débil o fracasado” y el entorno piense que no estás capacitado para seguir estudiando.
CUIDADOS MUTUOS Y AUTOCUIDADOS
Su formación como psiquiatra le ha permitido abordar con más seguridad conversaciones delicadas con estudiantes que atraviesan una crisis emocional pero en general para los profesores no es “fácil detectar el sufrimiento” y “menos aún las ideas de suicidio”. “Requiere de formación o entrenamiento especifico”, asegura. Diversas universidades españolas como de Málaga o la del País Vasco ofrecen pautas en prevención para que los docentes sepan cómo acompañar de forma adecuada en el dolor a un estudiante que piensa en quitarse la vida.
“Ahora [los profesores] somos más conscientes. Es un problema de salud pública de primera magnitud y está claro que depende de muchos factores y no es únicamente la universidad o el profesorado quienes son responsables de abordarlo, pero al final es una oportunidad porque todos podemos ser guardias en nuestro entorno. Hay una mayor sensibilización en el conjunto de la comunidad universitaria hacia el sufrimiento”, asegura resaltando, no obstante, que “las soluciones no pueden venir solo desde los profesionales de la salud mental ni de las universidades” sino que “hay implicaciones también legislativas y sociales”.
Cuando Balanzá muestra el primer día de clase los resultados de las encuestas previas en las diapositivas lo hace con una advertencia “oye, los médicos y los estudiantes de medicina no somos superhéroes, no podemos con todo. Y esto está pasando aquí, con compañeros de años anteriores. Uno de cada tres, con síntomas depresivos importantes, uno de cada tres, con síntomas de ansiedad relevantes y un 12% encontramos con ideas suicidas o deseos de morir”.
El mensaje que reciben y que Balanzá considera de extrema importancia es que los futuros médicos no solo deben aprender a cuidar sino que tienen que ser “expertos en autocuidado”. Desde hace “muchos años” sus alumnos están pendientes de las ‘red flags‘, esas banderas rojas que uno tienen que aprender a reconocer en su propio cuerpo cuando algo no va bien: que está descansando peor, que no tiene tiempo para estar con los amigos, que está irritable, que tiende aislarse…
APOSTAR POR LOS FACTORES DE PROTECCIÓN
Si la detección de aquello que genera dolor a una persona es clave, no lo es menos reforzar lo que protege frente a él, como los vínculos sociales o mantener una vida más sana que incluya ejercicio físico, un descanso reparador, la gestión del estrés o tener un propósito en la vida.
“Cuando pensamos en una persona joven que está sometida a la situación de estrés y que puede desarrollar problemas de salud mental, depresión, ansiedad, de suicidio, pensamos en factores de riesgo y factores de protección. Y en esa ecuación yo creo que solemos enfocarnos sobre todo en reducir los primeros y eso está muy bien. Es muy importante trabajar la baja autoestima, reducir el tiempo de conexión de pantalla con los móviles, reducir el abuso de sustancias… pero no hay que olvidar y sí fomentar todo lo que nos protege del malestar emocional y trabajar por ejemplo la resiliencia, la sociabilidad y/o estilos de vida saludables”, subraya con un gran convencimiento y confianza sobre un área a la que está dedicando su labor de investigación.
También lo es tener una red de apoyo social que sostenga. “La socialización es fundamental. Es una necesidad humana, sentir que somos miembros de un grupo, vincularnos con otros es saber que no estamos solos”, recuerda Balanzá y desde las universidades pueden satisfacer esta demanda de los estudiantes y combatir la soledad no deseada organizando, por ejemplo, “actividades de ocio de todo tipo” para construir vínculos entre los compañeros y ofrecerse apoyo recíproco y “potenciar espacios que ya existen” para que sean “acogedores, agradables” y reservar algunos ‘verdes’, que estén en contacto con la naturaleza. “¿Y por qué no disponer de espacios para actividades de relajación, de meditación?”, lanza la pregunta al aire y una petición: “Cuidemos los detalles, la universidad es como nuestra casa”.
“Yo creo que en este momento las universidades están en un proceso de reflexión sobre la magnitud de los problemas de salud mental de los estudiantes, pero también sobre su funcionamiento, sobre su cultura, su organización, es decir, si favorecen o no favorecen el bienestar emocional”, asegura cerrando esta conversación sobre el sufrimiento con un broche de optimismo: “Yo creo que hay motivos para la esperanza. La disminución del autoestigma, la preocupación que existe en la comunidad universitaria de dar una respuesta, el hecho de que los estudiantes ahora, con toda la información que hay y que está en la conversación, están más empoderados también”.
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