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Necesitamos una nueva relación entre microbios y salud
«Necesitamos un giro en nuestra forma de ver la relación entre los microbios y la salud»
James Kinross, autor de ‘Materia Oscura’, asegura que no cuidamos bien a los microbios que habitan nuestro cuerpo y su ayuda está en riesgo.
La influencia del microbioma en múltiples enfermedades humanas se investiga intensamente.
Cristina G. Lucio. Publicado en Diario Médico el Vie, 24/01/2025 – 08:00
Si usted fue niño en los 80, tal vez recuerde una serie de dibujos animados que se emitió en TVE y narraba las aventuras de Los diminutos, unos «pequeños seres bondadosos, que están viviendo con nosotros», como decía la pegadiza sintonía de cabecera.
Aquellas criaturas habitaban los recovecos de las casas de la gente, tras las rejillas de ventilación o los huecos del zócalo, sin dejarse ver. Y aunque a veces les causaban algún problema a sus vecinos humanos, en general la convivencia casi siempre era buena, beneficiosa para ambos.
Es posible que, fascinado por la ficción, usted también buscara el rastro de los diminutos en el hogar de su niñez; una idea que, después de todo, quizás no fuera tan descabellada…
Aunque no se parecen en nada a los de la serie, en realidad es cierto que compartimos nuestra vida -y nuestro organismo- con una comunidad microscópica omnipresente. Es el microbioma, ese ecosistema de bacterias, virus, hongos y demás microbios que pueblan tanto el entorno como su intestino, su piel, su vagina o su boca. Todo un universo cuyo devenir debería importarle porque tiene un gran impacto en su salud y su bienestar.
Distintos estudios están demostrando que, lejos de ser un enemigo, esos microbios que viven en usted y con usted no solo tienen un papel fundamental en muchos procesos fisiológicos, sino que también ejercen un influjo directo sobre su riesgo de desarrollar distintas enfermedades y afectan a la efectividad de algunos tratamientos médicos.
«El microbioma influye en prácticamente todas las facetas de la vida», resume James Kinross, cirujano colorrectal en el NHS inglés y profesor de Cirugía en el Imperial College de Londres, que acaba de publicar Materia oscura (Paidós), una obra sobre el potencial que tiene este universo con el que convivimos y los peligros que le amenazan.
«El microbioma es fundamental, uno de los cimientos de la salud y el bienestar. Y además es algo que se puede cambiar. No podemos cambiar nuestros genes, pero sí podemos cambiar el microbioma. Estamos empezando a desentrañar sus claves y cuando lo comprendamos podremos valernos de él no solo para tratar enfermedades, sino para prevenirlas», señala.
Funciones y sistemas
La lista de funciones y sistemas en los que el microbioma cumple un papel fundamental es larga. Interviene, por ejemplo, en la digestión, al generar metabolitos que nos ayudan a procesar algunos alimentos que, sin su ayuda, no podríamos digerir. También actúa como barrera protectora frente a microbios patógenos, los que pueden causar enfermedades, al competir por los recursos y liberar sustancias antimicrobianas.
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Sin duda, una de sus principales misiones es regular el sistema inmunológico, ayudándolo a distinguir entre agentes dañinos y benignos, y contribuyendo así a evitar respuestas inmunes desproporcionadas o inadecuadas. Y cada vez más evidencias apuntan a su impacto en el estado de ánimo y la salud mental.
El desequilibrio del microbioma intestinal, la alteración en la composición o las funciones de la comunidad de vecinos que vive en nuestra tripa -un fenómeno que se conoce como disbiosis- se ha relacionado con múltiples enfermedades.
«En el ámbito digestivo, por ejemplo, se ha demostrado que un microbioma alterado está asociado con enfermedades como el síndrome del intestino irritable, la enfermedad inflamatoria intestinal y el cáncer colorrectal», explica Antonio Pineda-Lucena, director de Innovación Tecnológica y director científico del Cima Universidad de Navarra.
«En enfermedades metabólicas, como la obesidad y la diabetes tipo 2, las alteraciones en las comunidades microbianas pueden influir en la forma en la que el cuerpo procesa y almacena la energía, así como en la inflamación crónica de bajo grado que acompaña a estas patologías», continúa el investigador, quien añade que «en el campo de la oncología se ha encontrado que ciertos patrones del microbioma pueden predecir la eficacia y la toxicidad de tratamientos como la quimioterapia y la inmunoterapia».
Proyecto ‘microBiomics’
Pero los efectos observados del desequilibrio del microbioma no acaban ahí. Así, en el ámbito autoinmune, se ha observado que «la disbiosis puede desencadenar o exacerbar enfermedades como la artritis psoriásica y otras patologías inflamatorias» y también se ha relacionado este desbalance «con trastornos neurológicos y psiquiátricos, como el autismo, la depresión y el párkinson, subrayando la conexión entre la microbiota y el sistema nervioso central», añade el investigador, que dirige el proyecto microBiomics. La iniciativa tiene como objetivo desarrollar una plataforma que «permita estudiar cómo la microbiota contribuye a la fisiopatología de diversas enfermedades y a la respuesta de los pacientes a intervenciones clínicas y terapéuticas».
Este enfoque, explica Pineda-Lucena, «busca integrar datos ómicos, como metagenómica, metaproteómica y metabolómica, con información clínica para proporcionar una visión holística de las interacciones entre el microbioma y la salud humana«.
Las herramientas tecnológicas «nos están dando la oportunidad de empezar a desentrañar el enorme potencial del microbioma», apunta Kinross. Pero, a la vez, «también nos están haciendo darnos cuenta de que está en grave peligro«, continúa el médico, quien asocia los desequilibrios del microbioma con un modo de vida que maltrata a los vecinos con los que convivimos.
Según Kinross, la industrialización, el ultraprocesado de los alimentos, el abuso de los antibióticos o la globalización, entre otros factores, está alterando rápidamente las colonias de microorganismos con los que hemos evolucionado de la mano durante milenios, un cambio que él liga con el aumento de enfermedades como las autoinmunes que sufren las sociedades occidentales.
«Estoy convencido de que el aumento del abanico de enfermedades crónicas incapacitantes ha sido consecuencia de la alteración radical que las colonias de microorganismos que viven en y junto a nosotros a lo largo de poco más de 80 años», señala Kinross, quien advierte de que «es posible que la extinción del microbioma se esté acelerando, y eso es extremadamente preocupante, ya que muchas de esas cepas de bacterias podrían tener funciones evolutivas conservadas que nos protegen de las enfermedades crónicas».
Teoría de la higiene
Kinross reclama un cambio de perspectiva global para proteger a los microbiomas. «Necesitamos un giro en nuestra forma de ver la relación entre los microbios y la salud, que viene de los siglos XIX y XX y está fundamentada en la teoría de la higiene», señala el cirujano, con una vehemencia que se aprecia a través de la pantalla. «Esta teoría ha salvado millones y millones de vidas y es una parte importante de la ciencia, pero tiene que evolucionar y esa evolución necesita tener en cuenta la teoría del microbioma», expone.
Sonia Villapol: «Los avances en la investigación del microbioma tienen el potencial de transformar la Medicina de precisión»
Por supuesto que necesitamos seguir combatiendo los patógenos, esos microbios que pueden causar enfermedad. «Siguen siendo peligrosos y necesitamos enfrentarnos a ellos». Pero también tenemos que tener en cuenta que no todos los microbios son malos, sino que muchos nos ayudan y protegen. «La conservación del microbioma es una forma de medicina preventiva», continúa Kinross, quien subraya que «necesitamos a los microbios para mantener la salud de nuestros órganos» y que cuestiones como el microbioma materno, clave para conformar el microbioma del recién nacido, debería considerarse un «derecho humano».
«Necesitamos conservar y proteger a los microbiomas», pero de momento no se han sentado las bases para lograrlo, lamenta.
Para empezar, todavía no tenemos ni siquiera muy claro quién vive ahí. Se han hecho progresos muy importantes en los últimos 30 años, sobre todo en el campo de las bacterias, una de las formas de vida más dominantes en el microbioma. En cada una de nuestras tripas viven entre 500 y 1.000 especies diferentes de bacterias y se han descubierto en torno a 2.000 especies diferentes. Pero «todavía estamos solo empezando a descubrir la complejidad y la sofisticación de las redes bacterianas y su relación con otros microorganismos», señala Kinross.
Los virus son el mejor ejemplo de lo que falta por hacer. Se estima que unas 150.000 especies de fagos, los virus que infectan a las bacterias, pueden vivir en nuestro intestino «y no tenemos ni idea de quiénes son ni entendemos su relación con las bacterias y cómo contribuyen a regular nuestros sistemas microbianos o cómo interactúan con nuestro sistema inmunitario», explica Kinross, que por eso eligió el título de Materia oscura para su libro.
«Para mí es algo similar a lo que ocurre en física. Sabemos que el 95% del universo está compuesto de materia oscura, una fuerza que sabemos que gobierna el comportamiento de las galaxias aunque no la conozcamos exactamente. Creo que con la microbiología pasa algo parecido. Esta materia masivamente diversa, importante y compleja que todavía estamos empezando a comprender es clave para nuestra salud».
Avances y cambios
Los avances en la comprensión del microbioma ya han provocado -de momento tímidamente- algunos cambios importantes en la Medicina. El trasplante de microbiota fecal es un ejemplo de ello y ya se utiliza con éxito para tratar infecciones causadas por Clostridioides difficile, una bacteria oportunista que aprovecha el desequilibrio microbiológico que puede causar en el intestino un tratamiento antibiótico o de quimioterapia para hacerse fuerte. Es la principal causante de diarrea infecciosa en pacientes hospitalizados y puede causar problemas muy graves.
El trasplante de microbiota intestinal consiste en obtener una muestra de un donante sano a través de sus heces que después se transfiere al enfermo para restaurar el ecosistema dañado, como si de un reseteo se tratara. Las tasas de éxito superan el 90% para el tratamiento de esta infección y la utilidad del abordaje se estudia ya en estudios clínicos para diferentes patologías.
Recientemente, el equipo de Sergio Serrano, del Instituto de Investigación Sanitaria Ramón y Cajal (IRYCIS) y de la red Ciberinfec, publicó los resultados de un ensayo en 30 pacientes con VIH en el que se demostró que el trasplante de microbiota fecal era útil para reducir la inflamación asociada a la infección.
«Nuestro estudio ha mostrado que es posible modular la inflamación interviniendo sobre la microbiota, lo que es de interés para otras áreas en las que existe una conexión entre las bacterias y la respuesta inmune. Por ejemplo, en algunas enfermedades digestivas, como la enfermedad inflamatoria intestinal, pero también en enfermedades no digestivas, como la cardiovascular o el cáncer. En este caso, el interés principal es entender si es posible mejorar la respuesta a la inmunoterapia con trasplantes de microbiota. Para ello, ya tenemos un ensayo clínico en marcha», explica Serrano.
En este tipo de intervenciones, continúa el investigador, «todo apunta a que existen donantes de oro específicos para cada enfermedad»; es decir, un donante que pudiera ser de interés para tratar la inflamación de personas con VIH podría no conseguir este efecto para tratar la inflamación asociada a la enfermedad de Crohn.
También se explora el potencial del trasplante de microbiota fecal en enfermedades complejas como la covid persistente. «Esto se debe a su capacidad para restaurar el equilibrio microbiano, reducir la neuroinflamación sistémica, modular el sistema inmunológico y mejorar la función del eje-intestino cerebro», explica Sonia Villapol, neurocientífica del Instituto de Investigación del Hospital Methodist de Houston (Texas, EEUU) y pionera en este campo.
«En nuestros estudios hemos encontrado que la disbiosis intestinal está asociada con la severidad de la covid, lo que sugiere que restaurar la microbiota podría contribuir a la reducción de los síntomas relacionados con esta enfermedad. Sin embargo, aún existen desafíos importantes, como la necesidad de realizar ensayos clínicos rigurosos, estandarizar los tratamientos y comprender las implicaciones a largo plazo en este tipo de enfermedades complejas y heterogéneas», advierte la investigadora, que también investiga la relación entre el microbioma y la aparición de enfermedades como el alzhéimer.
Antonio Pineda-Lucena: «Un microbioma alterado se asocia con enfermedades como el síndrome del intestino irritable o el cáncer colorrectal»
«El cerebro y los intestinos están conectados», subraya Villapol. En nuestra tripa existe una extensa red neuronal, el sistema neuronal entérico, que «está en constante comunicación con las células inmunes intestinales y con las bacterias que producen compuestos capaces de enviar señales directamente al cerebro a través de las terminaciones nerviosas». Del mismo modo, «el sistema nervioso también puede enviar señales nerviosas al sistema entérico, afectando a la actividad de las bacterias intestinales, lo que establece una comunicación bidireccional», explica.
El microbioma intestinal resulta fundamental en procesos que caracterizan el Alzhéimer, como la neuroinflamación, una respuesta inmune exacerbada y un deterioro cognitivo, por lo que «se podría suponer que una microbiota diversa, dominada por bacterias beneficiosas, podría ralentizar la progresión de la enfermedad de alzhéimer en comparación con aquellos pacientes que presentan una microbiota desequilibrada o en disbiosis».
Estrategias terapéuticas
En el laboratorio, el grupo de Villapol está desarrollando distintas estrategias terapéuticas para corregir la disbiosis intestinal en casos de alzhéimer y los resultados preliminares en modelos de ratón son prometedores. «Muestran una reducción de la neuroinflamación, una disminución de las placas amiloides y mejoras cognitivas», señala Villapol, quien subraya que «los avances en la investigación del microbioma tienen el potencial de transformar la Medicina de precisión, permitiendo diagnósticos personalizados, terapias adaptadas y estrategias de prevención basadas en el perfil microbiano único de cada individuo«, destaca.
En este campo trabaja precisamente el grupo de Toni Gabaldón, investigador ICREA y líder del laboratorio de Genómica Comparativa en el IRB Barcelona, que explora la relación que tiene la microbiota oral con la enfermedad de alzhéimer y está intentando encontrar marcadores tempranos del trastorno en la comunidad microbiana oral. «También estamos trabajando en la detección precoz del cáncer colorrectal, porque hemos visto que hay cambios que aparecen en la microbiota fecal que se producen cuando las lesiones que luego derivan en cáncer todavía son tempranas. Nuestro objetivo es encontrar marcadores que puedan ayudar en ambos casos a un diagnóstico precoz», señala. De cualquier manera, el investigador recuerda que quedan por delante muchos años de estudio para poder exprimir el potencial terapéutico del microbioma y que tampoco será la panacea que solucione cualquier problema médico.
«Creo que estamos en un momento parecido al que se produjo cuando se estaba secuenciando el genoma humano, que parecía que con esa información íbamos a saber la causa de todas las enfermedades y que la terapia génica iba a curar muchísimas cosas. Han pasado 20 años y estamos empezando a tener las primeras terapias. Sinceramente creo que con el tiempo vamos a poder contar con mejores diagnósticos y terapias basadas en la transformación de la microbiota y que se hará prevención de enfermedades a través de mantener una microbiota más sana. Pero habrá cosas que funcionarán y otras no. Y en cualquier caso, todavía hay mucho trabajo por delante».
Hábitos de vida saludables
De momento, para cuidar el microbioma Antonio Pineda-Lucena recomienda «adoptar hábitos de vida saludables». Una dieta rica en fibra, «que incluya frutas, verduras, cereales integrales y legumbres, proporciona nutrientes esenciales para las bacterias beneficiosas del intestino». Consumir alimentos fermentados, como el yogur, el kéfir, el chucrut o el kimchi, también puede ayudar. «Evitar dietas excesivamente ricas en azúcares y grasas saturadas puede prevenir el desarrollo de patrones de disbiosis asociados con enfermedades metabólicas e inflamatorias», así como el uso innecesario de antibióticos, «que pueden alterar significativamente las comunidades microbianas». Y no hay que olvidarse de otros factores, como el ejercicio regular y el control del estrés, «que también juegan un papel en el mantenimiento de un microbioma saludable».
James Kinross asegura que ha cambiado algunos hábitos en su vida tras haber estudiado a fondo el microbioma. Toma principalmente una dieta vegetariana, rica en fibra, se esfuerza por comer a menudo en familia y con amigos, porque «las relaciones del mundo real, la conectividad social, dan forma a nuestros microbiomas y mantienen nuestra salud microbiana». También ha borrado todas las aplicaciones de comida rápida de su teléfono.
Sin embargo, las acciones para proteger al microbioma deben ir más allá de lo individual y convertirse en estructurales, reclama. «Necesitamos una estrategia nueva que no considere los microbios nuestros enemigos», concluye. «Hemos de dejar atrás los instrumentos de destrucción generalizada que causan unos daños colaterales descomunales en nuestra ecología intestinal y avanzar hacia un mundo que cuide y se preocupe por los vecinos microscópicos con los que convive».
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