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No, la leche no produce mocos ni asma ni flemas
Generaciones enteras crecieron saludablemente gracias a este alimento económico y de alto valor nutricional que hoy se enfrenta a numerosos bulos que lo desacreditan sin base científica alguna
Puede que beber leche no sea hoy imprescindible, pero sigue siendo recomendable. Es muy rica en calcio, como otros alimentos que son más accesibles hoy de lo que eran hace varias décadas. También aporta proteínas fácilmente digeribles y numerosas vitaminas (A, D, E y del grupo B). Y, no menos importante es que se trata de un alimento al alcance de todos los bolsillos. Sin embargo, no son pocos los supuestos efectos negativos de su consumo que circulan por ahí. Si hacemos caso a esos rumores, este oro blanco aumenta la mucosidad, provoca asma, diabetes, rinitis alérgica y bronquitis e incluso enfermedades cardiovasculares y cáncer. Más que blanca, la han puesto verde. Y todo es mentira, como detallamos en las siguientes líneas.
De acuerdo con las recomendaciones de la Sociedad Española de Nutrición Comunitaria (SENC), un menor en edad escolar que tome medio litro de leche diario obtiene así el 80 % del calcio y la vitamina B2 que necesita, así como la mitad de las proteínas. Y, en el caso de los adultos, será un 30 % de las proteínas y el 100 % de las necesidades de calcio. Sin embargo, uno de los bulos más extendidos hace referencia al supuesto efecto negativo de la grasa láctea, cuando investigaciones científicas recientes revelan que, por el contrario, mejora la salud cardiovascular. Las principales sociedades dietéticas del mundo recomiendan consumir entre una y dos raciones de lácteos diarias. Pero, ojo, que tampoco la leche desnatada se salva de los mitos negativos.
La leche era, y continúa siendo, un alimento muy completo en nuestra dieta. Por ello, no hay motivos generales para renegar de ella, salvo en el caso de “niños que tengan intolerancia a la proteína de la leche; algo muy serio que debe ser diagnosticado por un médico; o personas que sufran intolerancia a la lactosa“, explica Carlos Casabona, pediatra especializado en nutrición infantil. Esta última condición, además, viene influenciada por la situación geográfica: en Estados Unidos, Australia o el norte de Europa, por ejemplo, se detectan muchos menos casos que en África, América del Sur o Asia.
Leche, mucosidad y asma
¿Consumir leche provoca un aumento de los mocos? Este es posiblemente el mito más antiguo, que puede rastrarse hasta Moisés Maimónides, un líder espiritual judío y médico cordobés que murió en 1204. En su tratado sobre el asma, escrito para un pariente asmático del sultán Saladino el Grande, recomendaba evitar ciertos alimentos que generaban flemas. Y aunque aconsejaba no comer quesos (sobre todo los curados), solo mencionaba a la leche para decir que causaba una “congestión en la cabeza”. Algunos textos tradicionales chinos también advertían sobre “un espesamiento de las flemas”. Y ya en el siglo XX, el exitoso libro ‘Dr Spock’s Baby and Child Care’, del Dr. Benjamin Spock (1946), todavía afirmaba en su edición de 2011 que “el consumo de lácteos podía originar complicaciones mucosas y mayores molestias en infecciones del tracto respiratorio superior”.
Pero ¿qué dice la evidencia? “Muchos estudios han demostrado, por activa y por pasiva, que este mito carece de base; pero probablemente muchas familias lo siguen creyendo por la asociación que se hace entre los frecuentes procesos catarrales que tienen los bebés y niños pequeños (hasta dos por mes en temporada invernal) y su consumo elevado de leche”, reflexiona Casabona.
Según el documento ‘Milk, mucus and myths‘, publicado en el British Medical Journals, no hay pruebas de que beber leche aumente la producción mucosa (y sí las hay, en cambio, en sentido contrario). Diferentes investigaciones realizadas en EE.UU. y Australia no han conseguido probar una correlación entre el consumo regular de leche y una mayor producción de mucosidad. Un estudio publicado en California en 1948 analizó la cantidad de mucosidad de 157 sujetos sin encontrar una diferencia entre aquellos que declaraban tomar leche y los que no. Otro informe australiano, de 1990, estudió la cantidad de mucosidad en 60 pacientes con resfriado común, sin hallar diferencias entre quienes bebían leche y los que no.
Asma y rinitis alérgica
“Estas dos enfermedades suelen estar relacionadas, pues la mayoría de procesos asmáticos tienen una base alérgica (ácaros, pólenes, etc.) y muchas personas con asma también presentan en un momento u otro de su vida rinitis”, explica Casabona. Aunque quienes han sido diagnosticados con asma tienen la impresión de que el consumo de leche empeora su condición, suele considerarse que este efecto está asociado a alergias o intolerancias. Beber leche no produce asma, aunque si existe una alergia a los productos lácteos, puede provocar síntomas similares. Eso sí, en caso de simultáneamente sufrir alergia a los lácteos y asma, su ingesta puede empeorar los síntomas de esta enfermedad.
La evidencia contra estos mitos tiene décadas de antigüedad. Sendos estudios de 1997 y 1998 sobre diferentes grupos de adultos asmáticos expuestos al consumo de leche concluyeron a su vez que esta “no era causante de síntomas respiratorios o broncoconstricción, incluso entre el 50 % de sujetos que pensaban que la leche empeoraba su asma”.
¿Y qué hay de la diabetes y la leche?
- Según el estudio nacional Di@bet.es, liderado por el Hospital Regional Universitario de Málaga, el consumo habitual de productos lácteos está relacionado son una menor probabilidad de padecer diabetes e hipertensión y, por tanto, de desarrollar enfermedades asociadas. La Fundación para la Diabetes, por su parte, considera la leche como un alimento con un excelente valor nutritivo. Por NACHO MENESES. Eroski Consumer 15 de julio de 2019
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