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Obesidad y pobreza
¿Es la salud una cuestión de clase social?
¿Es posible que la pertenencia a una clase social baja favorezca ciertas enfermedades que una clase social más alta corra menor riesgo de padecer? Es evidente que el individuo no siempre puede elegir su estilo de vida. La educación que recibe o el lugar donde reside son condicionantes a tener en cuenta a la hora de analizar sus hábitos de vida. Los consejos de cómo mantener una vida sana están pensados para todos como si todos los pudieran aplicar de la misma forma. Leo en un artículo publicado hace años en el diario El País que la OMS afirma que «el lugar que cada cual ocupa en la jerarquía social afecta a sus condiciones de crecimiento, aprendizaje, vida, trabajo y envejecimiento, a la vulnerabilidad de su salud y a las consecuencias de la enfermedad». La mala salud va generalmente unida a la pobreza y también a una educación demasiado básica frente a la preocupación por la alimentación más sana. Ya no quiero referirme aquí a aquellos países que viven en la pobreza o en vías de desarrollo, sino a grupos sociales que viven en el primer mundo y que a pesar de estar inmersos en una sociedad que proclama la necesidad de hábitos alimenticios saludables, estos colectivos lo ignoran. Si nos fijamos, cuanto más deprimida es la clase social a la que los individuos pertenecen, peor comen; pero no digo peor porque coman menos sino porque su alimentación nada tiene que ver con lo recomendado por la dietética. Si bien el problema del sobrepeso afecta a toda clase de personas, es el colectivo más desfavorecido el que cuenta con mayor número de obesos. ¿Por qué? Pues porque comer mal es lo barato. Toda comida con un índice de calidad bajo es más asequible para mucha gente. La bollería puede llegar a ser más barata que la fruta, es menos perecedera y contiene azúcar, un ingrediente que engancha y que el cerebro reclama. Así pues, es la falta de información y de recursos lo que causa el sobrepeso. Pero también se da por el hecho de que a ciertos colectivos les importa muy poco su salud, y ya no digamos su estética. Antiguamente era un símbolo de opulencia estar gordo, los flacos eran los pobres porque no tenían nada que llevarse a la boca; sin embargo, hoy en día esto ha dado la vuelta: ahora las clases media y alta intentan mantenerse en forma a base de ejercicio físico y una alimentación equilibrada, y la clase menos informada exhibe un físico con muchas probabilidades de sufrir riesgos de infartos y otras enfermedades inducidas por la mala alimentación. Hace tiempo que la comunidad científica ha llegado a la conclusión de que somos lo que comemos, que nuestros intestinos son nuestro segundo cerebro y que la alimentación es fundamental para el desarrollo de nuestra salud o de nuestra enfermedad. Entre quienes no quieren aceptar eso corre el bulo de que hacer dieta es una patraña, que la alimentación ecológica es para pijos -es verdad que los precios son más altos-, que lo de la vida saludable es una moda y que no hay para tanto. En cualquier caso es responsabilidad de todos hacer campaña para una buena alimentación. Hoy en día informarse es muy fácil y solo los ignorantes, porque en esto nada tiene que ver la capacidad adquisitiva de cada cual, son lo suficientemente osados como para ignorarlo. La obesidad debe tratarse no como un problema individual sino como un problema social. En España un 53% de la población tiene sobrepeso y un 7% del coste sanitario lo consume el tratamiento de la obesidad. CARLES SANS. eL mUNDO. 18 feb. 2019
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