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¿Por qué nos atiborramos a dulces cuando estamos tristes?
La ansiedad, la pena, la euforia o el aburrimiento juegan un papel fundamental en nuestra alimentación
Tras el impulso de ‘atacar’ la despensa se esconde un asunto emocional que no sabemos atajar
Llegar a casa tras un día de mucho estrés, pegarse un atracón de helado y acto seguido sentirse culpable. Ese pellizco de chocolate que acaba siendo una tableta o esa bolsa de patatas que no logramos soltar hasta que queda vacía. Es lo que los expertos denominan alimentación emocional, recurrir a la comida como estrategia para canalizar una emoción. Lejos de ser algo anecdótico, es ya un trastorno alimenticio más común que la anorexia o la bulimia.
Detrás de esos atracones injustificados, comidas a deshora e ingestas en cantidades descompensadas, realmente hay una carencia emocional. «Utilizamos la comida como una estrategia para afrontar una emoción que no sabemos canalizar de otra forma«. Así lo expone la nutricionista Griselda Herrero.
Aunque se suele asociar a sentimientos negativos como tristeza, enfado o rabia, Griselda aclara que «hay una emoción neutra que es de las peores: el aburrimiento, que nos lleva a ingerir alimentos de forma inconsciente».
Por su parte, la psicóloga Cristina Andrades señala que «el motivo más común es el estrés y la ansiedad«. El perfil más claro, revela, es el de «las que llamamos ‘superwoman’, mujeres de mediana edad que trabajan, tienen hijos, acarrean con la responsabilidad del cuidado de todo su entorno, están muy cargadas de estrés en sus rutinas, comen de mala manera y a menudo acaban el día con un atracón».
Es, el perfil de ese comentario tan común entre personas que no logran bajar de peso: «No como tanto, a mí lo que me engorda es la ansiedad». Pero no, «la ansiedad no engorda«, certifica Griselda. «Puede engordar o adelgazar, pues también hay personas a las que les cierra el estómago».
Herrero y Andrades pertenecen a NorteSalud, un centro pionero en España en psiconutrición en el que se trata el problema de la mala relación con la comida desde las dos especialidades: nutrición y psicología. Esta doble disciplina surge ante una realidad palpable en las consultas: «Aunque perder peso es lo más demandado, el diagnóstico más frecuente es la mala relación con la comida», explica Griselda. De ahí, la importancia de investigar qué está pasando para que se acuda a ciertos alimentos como recurso cuando necesitamos calmarnos, consolarnos o premiarnos.
Desde la parte de psicología se trabaja para buscar la carencia de estrategia que tiene la persona a la hora de afrontar sus emociones. «Nunca hablamos de eliminar, jamás diremos «ante un impulso tómate una manzana en lugar de un chocolate», eso no vale de nada, al revés, yo siempre digo que dejemos el chocolate en nuestra caja de herramientas«, argumenta Andrades. «La relación con la comida nos va a acompañar siempre, lo que hacemos es buscar el origen del problema, conocer la causas y trabajar la motivación».
No hay que perder de vista tampoco que incluso recurriendo a un alimento saludable como una manzana, «no tiene el mismo efecto fisiológico si la comemos ansiosos, con prisa y sin masticar».
El primer paso es tomar conciencia y comprender que «esto no es cuestión de fuerza de voluntad, sino que esta reacción tiene una función psicológica y no hay que sentirme culpable por ello».
Las expertas señalan que la persona que tiene un problema en su relación con la comida es frecuente que haya hecho muchas dietas. «Llegan a consulta con un montón de mitos adquiridos, falsas creencias sobre alimentos y prohibiciones autoimpuestas que sólo llevan a que se incremente el síndrome del atracón». Aquí entra el papel fundamental de la nutricionista. «Cuando hay una desorganización de la comida o falta de educación alimentaria, es más fácil confundir el hambre fisiológico con el emocional«.
Griselda reitera que «lo más importante es educar y, ante todo, dejar de un lado la importancia del peso y de la báscula». Su recomendación clave: «Aprender a hacer una alimentación consciente, conocer los productos, tener una buena despensa, prestar atención a lo que ingerimos, los olores, los sabores…»
El fin es controlar nuestros niveles de hambre y saciedad y distinguir el hambre fisiológico -aparece de forma progresiva y puede esperar- del hambre emocional -requiere alimentos ya, suele elegir los menos sanos y nos deja sensación de culpa.
¿POR QUÉ?
Las ingestas impulsivas nos llevan siempre hacia alimentos muy palatables, «normalmente con mucho azúcar porque tiene una respuesta a nivel físico y psicológico, el azúcar es igual de adictiva que muchos tipos de droga», subraya Andradres. A esto se une, «la asociación fisiológica, que es que desde muy pequeños, incluso desde el vientre de la madre, hemos enseñando a nuestro cerebro que los premios, los consuelos y las recompensa son dulces».
Tampoco hay que perder de vista las emociones positivas. «Hemos normalizados las celebraciones con ingestas exageradas y poco saludables». Esta es, en palabras de la dietista, «una de las grandes dificultades con las que lidian los pacientes».
ALIMENTOS RICOS EN TRIPTÓFANO
Atribuir propiedades calmantes o placenteras a ciertos alimentos tampoco puede ser la excusa. Sí, hay productos ricos en serotonina o en triptófano, pero «tendríamos que ingerir cantidades ingentes para que a nivel bioquímico molecular ejercieran un efecto real», apunta Griselda. Por tanto, «los alimentos no calman, lo que hacemos es una asociación de ideas o nos valemos del efecto placebo. Si hubiera un efecto real, los médicos recetarían chocolate en lugar de tranquilizante». GUACIMARA CASTRILLO El Mundo 13 jun. 2019
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