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¿Qué es mejor, comer solo o acompañado?
Los expertos en alimentación lamentan que se esté perdiendo la buena costumbre de comer en compañía de amigos y familiares. Pero también hay estudios que encuentran razones para alimentarse en soledad.
Por Pilar Laguna, publicado en CuidatePlus el 11-10-2021
Comer en grupo es un ritual humano practicado desde las culturas más antiguas. En generaciones anteriores estábamos acostumbrados desde muy pequeños a comer y cenar en la mesa fueran días laborables o festivos. Era un tiempo de oro para los progenitores, que hablaban de sus cosas y nos preguntaban por las nuestras a la vez que, sin apenas saberlo, impartían “docencia gastronómica” y transmitían valores a la prole. Comer en compañía de los familiares, a veces con tres generaciones en torno a la misma mesa, era un valor añadido a juicio de algunos científicos que indagan sobre el concepto de comensalidad (comer juntos). Hoy día esa idea se extiende más allá de la familia e incorpora las comidas con amistades y compañeros de trabajo.
Es cierto que las comidas multigeneracionales en domicilios han quedado prácticamente relegadas a Navidad y a la celebración de algunos aniversarios. Las familias ya no son tan grandes ni suelen integrar a los abuelos; los diferentes miembros del grupo familiar tienen horarios dispares; cerca de la mesa suele haber un invitado indeseable que impide la conversación (la tele o cualquier otra tecnología) y, tanto jóvenes como adultos, a veces prefieren apurar el plato cuanto antes para chatear o entrar en redes sociales… A veces, incluso, se come de pie.
Algunos expertos parecen mostrar nostalgia del modelo familiar que reunía a todos en la mesa al menos una vez al día. Estudios clásicos indican ciertos beneficios, como que las familias que habitualmente comen o cenan juntas consumen más frutas, verduras y fibra, mientras que toman menos alimentos fritos o comidas rápidas. Esto ayudaría a que los niños mantengan el normopeso y se animen a probar alimentos nuevos, en especial verduras y pescados. En algunos estudios psicosociales también se subraya que las familias que comen juntas parecen estar más unidas y conversan más, algo que podría prevenir problemas de conducta, incluso a mejorar el rendimiento escolar de la prole.
Pérdida de cultura gastronómica
En nuestra cultura de comida principal al mediodía es francamente difícil que la familia completa se siente a la mesa. Los niños suelen comer en el colegio y al menos el padre o la madre comen en el trabajo, pero se pueden aprovechar las cenas, o al menos los fines de semana, para esa reunión “gastrofamiliar”, teniendo en cuenta que las circunstancias de cada familia son muy diversas y multifactoriales, tanto como los modelos alimentarios que practican, incluso el propio concepto de comensalidad.
Ruth García, responsable de Proyectos del Colegio Oficial de Dietistas-Nutricionistas de la Comunidad Valenciana (Codinucova), reconoce que en consulta tratan cada vez más con familias pequeñas y hogares unipersonales. “Hace años solíamos hacer menús para familias de 4 o 5 individuos, pero ahora la mayor parte de los menús son para hogares con una 1 o 2 personas. Además, debido al frenético ritmo de vida en muchos casos aunque sí comen juntos, la televisión y el teléfono móvil son el punto focal”, comenta, lamentando “la pérdida cultural gastronómica y de interacción social entre los miembros de la familia que eso supone”
Así lo reconocen numerosos estudios internacionales que hablan sobre los diversos beneficios de comer en familia, con los que esta experta se alinea. “Comer acompañado, ya sea con familia, amistades o compañeros de trabajo, permite la interacción social y la convivencia, aspectos muchas veces pasados por alto, pero que son clave para fomentar la conversación y las buenas relaciones sociales. También se asocia con alimentación de más calidad, prevención de la obesidad adulta e infantil, prevención de trastornos de la conducta alimentaria y comportamientos de riesgo en adolescentes”, explica, advirtiendo que todos estos beneficios se producen “siempre y cuando consigamos que el momento de comer o cenar sea tranquilo, libre de riñas y discusiones”. En definitiva, un rato en familia para conversar y compartir.
Por su parte, la Academia de Nutrición y Dietética de los Estados Unidos (AND), país de costumbres más individualistas que en las culturas mediterráneas, recomienda que las familias coman juntas al menos un día por semana, reconociendo que la forma en que se come, no solo lo que se come, influye en los hábitos dietéticos desde la infancia. Para anclar la costumbre dicen que es importante que todos los miembros de la familia sepan a qué hora se come o se cena, y que los niños lo pasen bien mientras están en la mesa con pequeñas estrategias para que aprendan a comer alimentos saludables. Ahí entraría la inventiva y el buen humor de los padres, como enseñarles a comer unos noodles con palillos, o hacer un picnic en el jardín, incluso en el suelo del cuarto de estar. Para que haya comensalidad también es importante que mayores y pequeños conversen sobre lo que les ha pasado durante el día “sea divertido, raro, bueno o malo”, dicen desde la AND.
Defensores de la comida individual
La comensalidad en adultos fuera del entorno familiar tiene otros matices, incluso aparecen datos contradictorios en la literatura científica. Frente a las tesis que animan a comer acompañado, surgen voces que se decantan por la opción individualista. Los expertos señalan que comer solo no es una costumbre homogénea ni un comportamiento estandarizado, incluso no sería lo mismo comer solo por elección que hacerlo por soledad. De hecho, las personas más extrovertidas suelen preferir comer acompañadas.
Algunos autores creen que comer en grupo hace que comamos más cantidad. Una de las causas que se barajan es que al comer con amigos se pasa mucho más tiempo en la mesa, lo que facilita seguir comiendo. Y en ese rato que estamos disfrutando desaparece la culpabilidad por comer demasiado. De hecho, un 60 por ciento de las personas que están a dieta se la saltan en comidas de grupo, aunque puede suceder justo lo contrario: cuando no hay confianza con otros comensales o en comidas protocolarias, comemos raciones más pequeñas por mera cortesía.
Otros científicos arguyen que cuando la persona come sola es más consciente de los aspectos nutricionales y del balance energético de los alimentos. Pero también hay datos contrarios: los mayores de 50 años que comen solos toman menos frutas y verduras, o que los hombres que comen solos fuera de casa aumentan un 45 % el riesgo de obesidad.
Lo cierto es que se puede comer solo por muchas razones, pero también de muchas formas. Ciertas personas que viven solas cocinan comidas saludables, las congelan en pequeñas porciones y planifican menús diarios; otras, ni siquiera saben cuál será su comida principal y esperan a estar hambrientas para comprar una hamburguesa, una empanada o cualquier otra comida rápida; muchos trabajadores comen en la oficina o al pie de un andamio lo que llevan de casa, pero otros comen en un restaurante…. “ Comer solo no tiene por qué ser negativo.
A algunas personas les resulta más tranquilo y les facilita organizar sus comidas. Pero en muchos casos se relaciona con comer de manera rápida alimentos procesados, frente al ordenador, televisión o móvil, lo que lleva a perder el control sobre lo que se come y las cantidades, ignorando las sensaciones de hambre/saciedad. Por ello con frecuencia se asocia con mayores índices de masa corporal y niveles más altos de estrés”, comenta Ruth García, insistiendo en que “se coma solo o acompañado, lo importante es tener una buena educación nutricional”.
Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), de los cerca de 5 millones de hogares unipersonales que hay en España, 2 millones están habitados por mayores de 65 años. De este colectivo el 71,9% son mujeres, la mayor parte viudas, pero también crece el número de jóvenes emancipadas. Vivir en compañía no garantiza que haya comensalidad. Un ejemplo común es el de los estudiantes que comparten piso y frigorífico, pero etiquetan individualmente sus alimentos. También se duda si existe comensalidad en los monasterios donde se come en silencio. Sin embargo, las personas que viven solas sí pueden disfrutar de los beneficios de la comensalidad si a menudo comparten comidas con amigos o familiares.
Campo investigador en expansión
La importancia de la comensalidad en el ámbito científico va in crescendo. El International Journal of Environmental Research and Public Health publica unas reflexiones sobre su multidisciplinariedad, admitiendo que hay muchas formas de entender e identificar la comensalidad. Creen que para relacionarla apropiadamente con la salud y el bienestar se deberían recopilar datos sobre hábitos saludables, condiciones de vida y sociodemográficos.
El estudio, liderado por investigadores de las facultades de Artes Culinarias y Ciencias de la Salud de la Universidad de Örebro y el Departamento de Nutrición de la Universidad de Upsala (ambas en Suecia), muestra el amplio rango de investigación cultural, histórica, etnográfica, antropológica y de evaluación dietética que abarca la comensalidad, y apuesta por grandes encuestas que ayuden a evaluar con quién se come y en qué entorno para asociarla a la salud.
Otro grupo de investigación publicó hace unas semanas en la misma revista una discusión crítica sobre la comensalidad y su diversificación de conceptos en un amplio rango de disciplinas. Las universidades de Lund y Upsala (Suecia) en colaboración con el Instituto de Investigación Paul Bocuse, tratan de esclarecer el papel que la comensalidad podría tener en la salud pública, y apuestan por considerarlo un “fenómeno transversal cultural”. De hecho, comer juntos forma parte de nuestra naturaleza social.
Estos investigadores proponen que se identifique para quiénes y en qué circunstancias puede ser beneficiosa la comensalidad en términos de salud física y de bienestar psicosocial de, teniendo en cuenta el incesante aumento de personas que viven solas y la industria creciente de servicios de alimentación de todas las modalidades imaginables. Se sabe que las comidas en grupo pueden proporcionar un sentido de comunidad, pero también pueden suscitar conflicto, alegría, miedo, pertenencia o alienación”, unas fricciones que podrían originar otros modelos de comensalidad en entornos multiculturales.
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