.Alimentación y Nutrición
Tres puntos de vista sobre la carne roja
Carne sí, carne no: la controversia está servida
La Escuela de Salud Pública de Harvard responde a los nuevos estudios que aseguran que el consumo actual de carne roja y procesada no es un riesgo para la salud
La revista Annals of Internal Medicine acaba de publicar una nueva revisión científica que analiza las actuales recomendaciones dietéticas acerca del consumo de carne roja. El trabajo incluye cuatro revisiones sistemáticas sobre los efectos en la salud asociados a la ingesta de carne roja y carne procesada, además de una revisión sistemática sobre los valores y preferencias relacionados con la salud de las personas con respecto al consumo de este alimento. ¿La conclusión? Polémica: que los adultos podemos mantener el consumo actual de carne roja (tanto sin procesar como procesada) puesto que no hay evidencia suficiente para reducirlo.
Dos datos para entender el calado de esta recomendación: uno, que la producción de carne se ha quintuplicado en apenas seis décadas; y, dos, que en Estados Unidos, Nueva Zelanda, Australia y Argentina cada persona come, de media, más de 100 kilos de carne al año.
¿Qué analiza este nuevo estudio?
Entre las recomendaciones actuales que analizan los investigadores se encuentran, por ejemplo, las que aconsejan limitar la ingesta de carne roja, incluida la carne procesada, a aproximadamente una porción semanal; las que respaldan restringir el consumo de carne roja y procesada a 70 gramos diarios; o las que hacen hincapié en que debemos comer muy poca carne por su relación con enfermedades como el cáncer. Estas últimas, recogidas por el Fondo Mundial para la Investigación del Cáncer (WCRF) y la Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer de la Organización Mundial de la Salud (OMS). La recomendación de la OMS es quizás la más conocida, ya que causó gran preocupación entre los consumidores cuando se difundió en 2015.
Cuatro años después, los autores del estudio cargan con dureza contra estas pautas. Según afirman en su trabajo, dichas recomendaciones se basan principalmente en estudios observacionales que tienen «un alto riesgo de confusión» y, por lo tanto, «son limitados para establecer inferencias causales». También sostienen que las organizaciones que plantean esas directrices «no realizaron ni tuvieron acceso a revisiones sistemáticas rigurosas de la evidencia [sino que] se limitaron a abordar los conflictos de intereses y no abordaron explícitamente los valores y preferencias de la población». La controversia está servida.
Harvard responde
Pese a lo reciente de la publicación, la respuesta de los expertos en salud y nutrición no se ha hecho esperar. Miguel Ángel Royo-Bordonada, médico, investigador y especialista en medicina preventiva, recomienda leer un completo documento que ha difundido hoy la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Harvard. Según los especialistas, la recomendación de continuar consumiendo carne roja y carne procesada en los niveles actuales de ingesta «contradice la gran cantidad de evidencia que indica que un mayor consumo de carne roja, especialmente carne roja procesada, se asocia con un mayor riesgo de diabetes tipo 2, enfermedad cardiovascular, ciertos tipos de cáncer y muerte prematura».
Estos son los aspectos más destacados del documento de la Universidad de Harvard, que puede leerse completo aquí:
- Las directrices publicadas en Annals of Internal Medicine «no están justificadas, ya que contradicen la evidencia generada por sus propios metaanálisis». Tres de las cinco revisiones sistemáticas «confirmaron hallazgos previos sobre la carne roja y los efectos negativos para la salud».
- Los expertos consideran que la publicación de estos estudios y las pautas de carne en una revista médica importante «es lamentable», porque seguir las pautas que se proponen allí «puede dañar la salud de las personas, la salud pública y la salud planetaria». Y, no menos importante, «también puede dañar la credibilidad de la ciencia de la nutrición y erosionar la confianza pública en la investigación científica».
- Según los investigadores de Harvard, «este es un excelente ejemplo en el que uno debe mirar más allá de los titulares y las conclusiones abstractas». Desde su punto de vista, es importante que los periodistas, los profesionales de la salud y los investigadores sean capaces de ir más allá de las frases sensacionalistas y, en su lugar, «verificar la evidencia detrás de las afirmaciones».
- También es clave, señalan, «comprender que la investigación nutricional es un proceso largo y en evolución y, por lo tanto, es fundamental tener en cuenta la totalidad de la evidencia».
- Por último —y son enfáticos en este punto—, los estudios que se acaban de publicar «no deberían cambiar las recomendaciones actuales sobre patrones de alimentación saludables y equilibrados para la prevención de enfermedades crónicas». Las recomendaciones actuales, que consisten en reducir el consumo de carnes rojas y procesadas, «se basan en evidencia sólida» de estudios que han demostrado la relación con enfermedades cardiovasculares, cáncer, diabetes tipo 2 y mortalidad. «Para mejorar la salud humana y la sostenibilidad ambiental, es importante adoptar patrones dietéticos que sean ricos en alimentos saludables a base de vegetales y relativamente bajos en carnes rojas y procesadas», señalan. Por Laura Caorsi. Eroski Consumer martes 1 octubre de 2019
Otra vez la polémica por la carne roja: un nuevo estudio dice que no hay que reducir el consumo
Los investigadores concluyeron que el consejo de comer menos carne, piedra fundamental de casi todas las pautas dietarias, no está respaldado por buena evidencia científica.
Durante años, los funcionarios de salud pública instaron a los estadounidenses a limitar el consumo de carnes rojas y procesadas debido a las preocupaciones porque estos alimentos estuvieran relacionados con las enfermedades cardíacas, el cáncer y otros males.
Pero el lunes, en una vuelta de tuerca notable, investigadores trabajando en colaboración produjeron una serie de análisis que concluyeron que el consejo, piedra fundamental de casi todas las pautas dietarias, no está respaldado por buena evidencia científica.
Si hay beneficios por comer menos carne vacuna y porcina, estos son pequeños, concluyeron los investigadores. En realidad, las ventajas son tan mínimas que se pueden discernir solamente mirando a grandes poblaciones, aseguraron los científicos, y no son suficientes para decirles a los individuos que cambien sus hábitos de comer carne.
«La certeza de la evidencia para estas reducciones de riesgo fue de baja a muy baja», dijo Bradley Johnston, epidemiólogo en la Universidad Dalhousie en Canadá y líder del grupo que publicó la nueva investigación en los Annals of Internal Medicine.
Los nuevos análisis están entre las evaluaciones más grandes intentadas en su tipo y pueden influir en las recomendaciones dietarias futuras. En muchos aspectos, plantean preguntas incómodas acerca del consejo dietario y la investigación nutricional y el tipo de estándares en los que deben basarse estos estudios.
Ya se han encontrado con críticas feroces de parte de investigadores públicos de la salud. La Asociación Americana del Corazón, la Sociedad Americana del Cáncer, la Escuela de Salud Pública T.H. Chan de Harvard y otros grupos se han ensañado con los hallazgos y con la publicación donde se publicó el artículo.
Algunos también apelaron a los editores para demorar la publicación. En una declaración, científicos de Harvard advirtieron que las conclusiones “dañan la credibilidad de la ciencia de la nutrición y erosionan la confianza pública en la investigación científica”.
El Comité de Médicos para una Medicina Responsable, un grupo que apoya una dieta a base de plantas, el miércoles presentó una petición en contra de la publicación, ante la Comisión Federal de Comercio. Frank Sacks, expresidente de la Comisión de Nutrición de la Asociación Americana del Corazón, calificó a la investigación como “sumamente imperfecta”.
Mientras, es probable que los nuevos hallazgos satisfagan a quienes proponen dietas populares ricas en proteínas, y pareciera ser cierto que agregan consternación en el público acerca de los consejos dietarios que cambian cada una cierta cantidad de años. Las conclusiones representan otra más en una serie de contramarchas dietarias que involucran a la sal, las grasas, los hidratos de carbono.
Las conclusiones de este nuevo estudio también corren en contra de otras dos tendencias importantes: una conciencia en aumento de la degradación ambiental causada por la producción ganadera y la preocupación de larga data, por el bienestar de los animales empleados en la ganadería industrial.
La carne vacuna en particular no es simplemente otro alimento más: fue un símbolo atesorado de la prosperidad después de la Segunda Guerra Mundial, asentada firmemente en el centro de los platos de la cena estadounidense. Pero a medida que surgieron las preocupaciones por sus efectos sobre la salud, el consumo de carne vacuna disminuyó de manera constante desde mediados de los 70, y fue reemplazada por la carne de ave.
Nuevos estudios dicen que la recomendación de reducir el consumo de carnes rojas y carnes procesadas no está sólidamente fundada.
“La carne roja era un símbolo de clase social alta, aunque eso está cambiando”, dijo Frank Hu, jefe del Departamento de Nutrición en el Escuela de Salud Pública T.H. Chan de Harvard en Boston. Hoy, cuanto más educados son los estadounidenses, menos carne roja comen.
Sin embargo, el estadounidense promedio consume aproximadamente cuatro porciones y media de carne roja por semana, de acuerdo con los Centros para Control y Prevención de Enfermedades. Un 10% de la población consume al menos dos porciones al día.
Los nuevos informes se basan en tres años de trabajo de un grupo de 14 investigadores en siete países, junto con tres representantes de la comunidad, dirigidos por Johnston. Los investigadores informaron que no hubo conflictos de intereses y que llevaron a cabo los estudios sin financiación externa.
En tres revisiones, el grupo examinó estudios que cuestionaban si comer carne roja o carnes procesadas afectaba el riesgo de enfermedad cardiovascular o cáncer. Para evaluar las muertes por cualquier causa, el grupo revisó 61 artículos que reportaban sobre 55 poblaciones, con más de cuatro millones de participantes. Los investigadores también observaron los estudios aleatorizados que relacionaban la carne roja con el cáncer y la enfermedad cardíaca (hay muy pocos), como así también 73 artículos que examinaban las relaciones entre la carne roja y la incidencia de cáncer y mortalidad.
En cada estudio, los científicos concluyeron que las relaciones entre comer carne roja y la enfermedad y muerte eran pocas, y que la calidad de la evidencia era de baja a muy baja.Eso no quiere decir que esas relaciones no existan. Aunque están en su mayoría en estudios que observan grupos de personas, una forma débil de evidencia. Y aun entonces, los efectos del consumo de carne roja sobre la salud son detectables solamente en los grupos más grandes, concluyó el equipo, y un individuo no puede concluir que estará mejor si no come carne roja.
Un cuarto estudio se preguntaba por qué a la gente le gusta la carne roja y si estaban interesados en comer menos para mejorar su salud. Si los estadounidenses estuvieran altamente motivados incluso por riesgos de salud leves, entonces valdría la pena continuar aconsejándolos de comer menos carne roja.
¿Y la conclusión? Incluso para esto, la evidencia es débil. Los investigadores encontraron que los “omnívoros están apegados a la carne y no desean cambiar este comportamiento cuando se enfrentan con efectos potencialmente indeseables sobre la salud”.
Los expertos dicen que en conjunto, los análisis plantean interrogantes sobre las pautas dietarias de larga data que alientan a la gente a consumir menos carne roja.
“Las pautas se basan en trabajos que presuntamente afirman que hay evidencia para lo que dicen, y no la hay”, dijo Dennis Bier, director del Centro de Investigación en Nutrición Infantil en la Facultad de Medicina Baylor en Houston y exeditor del American Journal of Clinical Nutrition.
David Allison, decano de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Indiana, Bloomington, citó “una diferencia entre una decisión de actuar y una conclusión científica”.
Una cosa es para un individuo creer que comer menos carne roja y menos carne procesada mejorará la salud. Pero, “si se desea afirmar que la evidencia muestra que comprar carne roja o carnes procesadas tiene efectos, eso es más objetivo”, y agregó “la evidencia no lo respalda”.
Allison recibió financiación para la investigación de la Asociación Nacional de Criadores de Bovinos, un grupo lobista de productores de carne.
La producción de carne vacuna está fuertemente asociada a la liberación de gases de efecto invernadero.
Los nuevos estudios se encontraron con la indignación de los investigadores en nutrición que durante mucho tiempo dijeron que la carne roja y las carnes procesadas contribuyen al riesgo de enfermedad cardíaca y cáncer.
“Irresponsable y falto de ética” dijo Hu, de Harvard, en un comentario publicado por internet con sus colegas. Los estudios de carne roja como riesgo para la salud podrían haber sido problemáticos, pero la consistencia de las conclusiones durante años, le otorgan credibilidad, según Hu. Agregó que los estudios de nutrición no deberían tener los mismos estándares rígidos que los estudios de fármacos experimentales.
En el centro del debate está la disputa por la investigación nutricional en sí misma, y si es posible aseverar los efectos de un solo componente de la dieta. La regla de oro para la evidencia médica es el estudio clínico aleatorizado, en el cual un grupo de participantes es asignado a un fármaco o una dieta, y otro es asignado a una intervención diferente o un placebo.
Sin embargo, pedirle a la gente que se ajuste a una dieta asignada a suerte y verdad, y seguirla durante el tiempo suficiente para saber si afecta el riesgo de ataque cardíaco o cáncer es casi imposible.
La alternativa es un estudio de observación: los investigadores le preguntan a la gente qué comen y buscan relaciones con la salud. Pero puede ser difícil saber lo que realmente están comiendo, y la gente que come mucha carne es diferente en muchos aspectos a la que come poca o nada de carne.
“¿Las personas que habitualmente consumen hamburguesas en el almuerzo, generalmente también consumen papas fritas y gaseosas, en lugar de un yogurt o una ensalada y una fruta?”, preguntó Alice Lichtenstein, nutricionista en la Universidad Tufts.
Los hallazgos son el momento para reconsiderar cómo se hacen las investigaciones nutricionales en el país (EE.UU.), y si los resultados realmente ayudan a informar las decisiones individuales.
“No haría más estudios de observación”, dijo John Ioannidis, profesor en Stanford de Investigación y Política Sanitaria. “Tuvimos más que suficiente con eso. Es sumamente improbable que nos perdamos alguna señal”, con referencia al gran efecto de un cambio particular de la dieta sobre la salud.
A pesar de las fallas en la evidencia, los funcionarios de salud todavía deben aconsejar y ofrecer pautas, según Meir Stampfer, también perteneciente a la Escuela de Salud Pública T.H. Chan de Harvard. Piensa que los datos en favor de comer menos carne, aunque imperfectos, indican que existen probabilidades de ser beneficiosos para la salud.
Desde los 70, en EE.UU. el consumo de carne vacuna se redujo y creció el de aves.
Una manera de aconsejar sería decir “reduzca su ingesta de carne roja”, dijo Stampfer. Y entonces, la gente diría: ‘Bueno, ¿y eso qué significa?’”. Los funcionarios que hacen las recomendaciones sienten que tienen que sugerir la cantidad de porciones. Y aun así, cuando lo hacen, “eso da un aura de tener más precisión de la que existe”, agregó.
Las preguntas de la salud personal ni siquiera comienzan a abordar la degradación ambiental en el mundo debida a la producción intensiva de carne. La carne y los lácteos son grandes aportes al cambio climático: la producción ganadera representa un 14,5% de los gases invernadero que los humanos emiten en el mundo todos los años.
La carne vacuna en particular, tiende a tener una huella climática exagerada, en parte por toda la tierra necesaria para criar ganado y cultivar alimento, y en parte porque las vacas producen gas metano, un potente gas de invernadero.
Los investigadores han estimado que, en promedio, la carne vacuna tiene un efecto cinco veces mayor sobre el impacto climático comparado con el pollo o el cerdo, por gramo de proteína. Los alimentos vegetales tienden a tener un impacto aún menor.
Tal vez, no hay manera de hacer políticas que se puedan comunicar al público y simultáneamente comuniquen la amplitud de la evidencia científica respecto de la dieta.
O tal vez, dijo Bier, los legisladores deben intentar algo más directo: “Cuando no tienes la evidencia de mejor calidad, la conclusión correcta es ‘quizás’”. Gina Kolona. The New York Times 1-10-219
La respuesta de expertos argentinos al estudio que niega los beneficios de comer menos carne roja: “Confunde al consumidor”
Los especialistas locales cuestionan la publicación que se conoció este martes. Y plantean cuáles son las pautas adecuadas de consumo.
«Cuando se publican investigaciones que contradicen lo que ya se viene diciendo en ámbitos como el de la salud lo que ocurre es que se confunde al consumidor, que no siempre tiene a mano un especialista al que consultar», dice la médica nutricionista Mónica Katz. Es en referencia a una publicación que se hizo este martes en la revista Annals of Internal Medicine, en la que un grupo de científicos asegura que los beneficios de reducir el consumo de carnes rojas y procesadas, en caso de haberlos, son pocos y no resultan suficientes para indicar que se deje de ingerir ese tipo de alimentos por no estar debidamente fundamentados.
Según explica Katz, que preside la Sociedad Argentina de Nutrición (SAN), «en 2015 el Instituto Internacional del Cáncer, que depende de la Organización Mundial de la Salud, actualizó su evaluación sobre carne roja y carne procesada: en el primer caso, resulta posiblemente carcinogénico para humanos, en el caso de las procesadas esa probabilidad es más alta, aunque estamos hablando de casos en los que se dé un consumo más alto. Hablamos de alguien que consuma más de 150 gramos por día de fiambre, por ejemplo. No es un consumo cotidiano«.
La licenciada en nutrición Pilar Llanos coincide con Katz al señalar: «Las idas y vueltas entre conclusiones que fueron acompañadas por muchas universidades y una nueva investigación que de pronto llega a determinaciones distintas sin que esté demasiado claro ni en qué cohorte poblacional se hizo ni cuánto duró lo único que hace es confundir a la gente, que no sabe qué cumplir para ser saludable».
La titular de la SAN afirma: «El beneficio del consumo de carnes rojas es el perfil de proteínas y aminoácidos que aporta, y cómo influye en que el cuerpo tenga hierro. La carencia de hierro se relaciona hasta los 35 años con el desarrollo cognitivo y el desempeño mental, y esto es especialmente importante durante los primeros 1.000 días de vida. Este es el escenario en el que hay que evaluar si conviene eliminar las carnes o si lo que hay que hacer es consumirlas en una proporción que minimice los riesgos«.
«En el caso de las carnes procesadas, la OMS ha documentado el vínculo entre su consumo en grados crecientes y la ocurrencia de enfermedades crónicas, especialmente cardiovasculares, y cáncer colo-rectal. Respecto de las carnes frescas, la evidencia aún no es de la misma magnitud, por lo que aún se recomienda su consumo, aunque no parece ser necesario en los niveles acostumbrados en Argentina. Una alimentación saludable podría seguir siéndolo incluso con un recorte del 30% de los volúmenes actuales de todas las carnes rojas«, describe Sergio Brito, especialista en nutrición y titular del Centro de Estudios sobre Políticas y Economía de la Alimentación (CEPEA).
En Argentina, según registros del Ministerio de Agroindustria de 2017, en 1956 se consumían más de 100 kilos anuales de carne vacuna por año por persona, en 2007 esa cifra había bajado a 69 y, durante el año del registro, cayó a 58 kilos.
La disminución en el consumo de carne no fue únicamente por los cambios en los hábitos alimentarios sino por, en los últimos años, los aumentos de precio en un contexto inflacionario. En 2016, la suma del consumo anual por persona de carne de pollo y de cerdo superó por primera vez el de carne vacuna. Esa misma tendencia se repitió al año siguiente.
«En Argentina existe la creencia extendida de que comer bien es comer carne, y comer mucha carne. La porción diaria de carne que conviene consumir es de entre 120 y 130 gramos, no más que eso. Y de carne variada: de vaca, de pollo, de cerdo, de pescado. En caso de no poder acceder a la carne por cuestiones económicas, la clara de huevo tiene un componente muy completo de aminoácidos y proteínas», dice Llanos, y agrega: «Está en la cultura nacional la idea de que el plato tiene que tener mucha carne de vaca. Y es más sano combinar una porción limitada de carne con otras compañías: legumbres, vegetales, cereales».
«Hay que ser cauto con la información que se le da al consumidor a través de investigaciones porque se producen confusiones y, como decía Umberto Eco, la información mata a la información«, reflexiona Katz.
Julieta Roffo. Clarín. 01/10/2019 –
El polémico estudio que indulta a la carne roja y procesada: «No comas menos si no quieres»
Una revisión metodológica de los estudios califica de «insuficientes» las pruebas de que comer menos carne es beneficioso para la salud.
La ‘bomba’ estalló en 2015, cuando la Organización Mundial para la Salud (OMS) emitía su veredicto sobre un asunto que ya venía de lejos: la carne procesada -salchichas y bacon envasados, jamón curado- debía ser considerada como cancerígena, al relacionarla con una elevación del riesgo de sufrir cáncer colorrectal, y la carne roja -los cortes de carnicería de ternera, cerdo o cordero- pasaban a ser un «potencial agente carcinogénico«.
La regla de oro desde entonces ha situado el baremo nutricional ideal en no más de tres raciones de carne blanca -pollo, conejo- y una de carne roja semanales en una dieta que, en lo posible, debe ser de base vegetal y prescindir de carnes procesadas. El método con el que la OMS llegó a su conclusión, sin embargo, tuvo detractores en el ámbito académico. Ese mismo año Gordon Guyatt, del Departamento de Epidemiología Clínica y Bioestadística de la Universidad McMaster (Canadá) publicaba un artículo en el Financial Times que no alberga ambigüedad alguna: «Una falsa alarma sobre la carne roja y el cáncer«.
Guyatt hacía referencia a la metodología Grading of Recommendations, Assessment, Development and Evaluation (GRADE), diseñada para transformar los resultados de los estudios observacionales (en oposición a los experimentales, destinados a explicitar las relaciones causa-efecto) en políticas de salud pública. Para ello, GRADE cuantifica el nivel de evidencia probada del riesgo sanitario de «alta» a «muy baja», y los costes-beneficios de emitir recomendaciones de consumo. Y en el caso de la carne roja y procesada, apuntaba, la escasa confianza que se podía otorgar a las pruebas sumada al escaso aumento del riesgo asociado no justificaban la alerta.
¿Se precipitó entonces la OMS? «Me temo que sí«, responde Pablo Alonso-Coello, investigador Miguel Servet del Centro Cochrane Iberoamericano en el Instituto de Investigación Sant Pau, y miembro del Centro GRADE de Barcelona. «Estas recomendaciones que no realizaron una análisis en profundidad de todos los estudios disponibles, ni de la certeza que disponemos con este tema han hecho un flaco favor a mucha gente, desde la población general a productores de productos cárnicos».
Alonso-Coello es uno de los catorce investigadores que ha participado en una meta-revisión de los estudios hasta la fecha y que actualiza lo que Guyatt adelantó hace cuatro años. Publicado en la revista Annals of Internal Medicine, el trabajo presenta sus Nuevas recomendaciones: no hay necesidad de reducir el consumo de carne roja y procesada. Las conclusiones, en resumen, serían: que la relación causa-efecto entre estos alimentos y un aumento de la mortalidad está insuficientemente probada; que, aunque se probase, comer menos carne ofrece escasos resultados para la salud; y que con esta base no es «riguroso» poner «restricciones a la dieta«.
Los autores son conscientes de ir a contrapelo del consenso nutricional actual y el trabajo viene acompañado de un editorial que anticipa la polémica. «Las recomendaciones generales, a la contra de prácticamente todas las demás, sugieren que los adultos sigan comiendo la misma carne roja y procesada a menos que ellos mismos quieran dejarla. Sin duda será controvertido, pero se basa en la revisión más extensa de los datos hasta la fecha. Como esta revisión es inclusiva, quien quiera cuestionarla tendrá problemas para encontrar pruebas que lo refuten».
Los datos de la polémica
¿No hay acaso pruebas de los beneficios de comer menos carne? Este mismo verano, un estudio publicado en BMJ asociaba una reducción de 85 g. en nuestro consumo de carne semanal a un riesgo 17% menor de morir prematuramente por cualquier causa. La carne roja y procesada se ha asociado con un mayor riesgo de padecer cáncer de mama, de diabetes y de problemas cardiovasculares. Pero son trabajos individuales, apunta Alonso-Coello. «Lo que hemos hecho nosotros realizar una revisión sistemática de la literatura muy exhaustiva y transparente«.
Los investigadores tomaron resultados de 12 ensayos aleatorios que sumaban un total de 54.000 participantes: su conclusión es que la asociación entre la carne y las enfermedades descritas era «estatísticamente irrelevante«, del orden de 9 casos por cada mil en el caso del cáncer en concreto. El estudio epidemiológico de cohortes, que abarcaba hasta seis millones de participantes, sí que encontró una «muy ligera reducción del riesgo» cuando se comen menos de las tres raciones semanales de carne roja y procesada que se suelen consumir en Europa y EEUU, pero en una asociación «muy incierta».
De acuerdo, pero, ¿no justificarían esa posibilidades, por pequeñas que sean, la precaución contra la carne? Aquí entra la tercera pata de la controversia: se revisaron otros 54 artículos estadísticos sobre hábitos alimenticios, y se llegó a la conclusión de que la mayoría de omnívoros quería seguir comiendo carne: consideraban que ya habían reducido lo suficiente su consumo como para tener una dieta equilibrada. En este sentido, los datos no permitirían argumentar que recortarlo todavía más tendría beneficios para la salud.
¿Qué haría falta para pasar el listón de GRADE? Guyatt ponía como ejemplo el tabaco: aunque partieran de estudios observacionales también, el riesgo de contraer cáncer de pulmón asociado demostró ser de nueve a 25 mayor, una «evidencia fuerte«. En cambio, la carne aumentaría un 1,7% el riesgo de cáncer colorrectal que ya es de por sí bajo, como la OMS admitió en su momento. «La confianza en la relación entre el tabaco y el cáncer de pulmón es alta y en el caso de la carne y los efectos estudiados, por ejemplo cáncer, es baja o incluso muy baja», explica Alonso-Coello.
… pero come menos carne
No se trata, concluyen los autores, de dar barra libre al carnivorismo: dejar la carne debe ser una «decisión informada» y procede valorar otros factores aunque la salud sea menos determinante de lo que parece. Por ejemplo, el impacto medioambiental que supone la ganadería o las preocupaciones éticas por el bienestar animal. El propio Alonso-Coello desmiente con humor que sea un «carnívoro total». «Casi diría que soy flexivegetariano. Suelo comer carne en una lasaña, en un arroz o algo de embutido y una vez a la semana un filete o algo de pollo…y no siempre».
Este mensaje, sin embargo, es reduccionista, considera Jesús Román Martínez Álvarez, Prof. Dr. en el Grado de Nutrición y Dietética de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y presidente del Cómite Científico de Sociedad Española de Dietética y Ciencias de la Alimentación (SEDCA). «Hay cientos de estudios que respaldan la teoría lipídica que relaciona las grasas saturadas de la carne con el riesgo cardiovascular», manifiesta, un hecho que hace que las principales recomendaciones alimentarias de organismos de EEUU y la UE vayan en la línea de la OMS.
Y aún aceptando los resultados de la revisión según GRADE: «No han tenido en cuenta el resto de hábitos«, señala Martínez Álvarez. «En el estómago te caben 2.000 calorías diarias, nada más. Si la gente se lía a comer salchichas, no va a comer lentejas, frutas y verduras. Y en eso estamos todos -todos- de acuerdo en que no es lo saludable», concluye. El Español 01-10-19
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